sábado, 22 de noviembre de 2008

Una cola de caballo

Me parezco a mi abuela María. Tengo sus manos y su rostro algo huesudo. Un genio parecido, un poco maniática, a ratos melancólica y muy protectora. Cuando tenía cinco años me quedaba a comer a menudo en su casa, con ella y mi abuelo. Ellos vivían cerca de mi colegio y pasaba alli las tres o cuatro horas entre las clases de la mañana y la tarde. Comía puchero, tortilla a la francesa un poco aceitosa; lo cierto es que no me gustaba demasiado. Creo que mi abuela María no era una gran cocinera.

Antes de volver al colegio mi abuela me peinaba. Me decía: "Niña, ven que te alise el pelo". Me sentaba en su cuarto, se ponía detrás y con un peine de concha me recomponía el peinado. Era un momento temible. Mi abuela alisaba, estiraba mi pelo, hundía las púas del peine en la piel. Me estiraba tanto que parecía iba a arrancarme el cuero cabelludo. Me ataba el pelo en una coleta, me echaba mucha colonia y acababa con un lazo a juego con el jersey.

Murió cuando yo acababa de cumplir siete años. Un 24 de diciembre. Recuerdo su patio, su cuarto, su tortilla a la francesa, sus manos, sus arrugas -me gustaba sobarle las arrugas del cuello-, recuerdo cuánto me mimaba. Yo era su ojito derecho.

Ahora me peino con coleta de caballo. A veces es E. quien me lo indica. Otras me peino así en su honor. En honor del que me tira de la brida. La cola de caballo es la brida que me guía. Llevarla puesta es un símbolo. Soy kajira. La kajira de E. , cuando llevo mi coleta siento orgullo.

Esta canción, La lista de la compra, me gusta cantarla. Me sienta bien. Me gusta cantarla a pleno pulmón.

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