En octavo de EGB, con catorce años, fui a mi primera fiesta en plan adulto. Con AB, mi amiga de siempre. En nuestro colegio, en el aula, con los compañeros de clase. Yo pensaba que iba a ser la típica fiesta de patatas fritas y contar chistes pero no. Cuando llegamos ya había empezado, el aula estaba medio oscura y había parejas ¡bailando lento! Flipé (aunque en esa época no existía el verbo flipar, yo flipé)
Era la época de Grease, a finales de los 70. O justo en el año 80. A mis catorce años yo me daba poquito a valer. Era lo que hoy en día se conoce como nerd. Empollona, soñadora, solitaria como lema vital. Y llevaba unas gafas enormes y ho-rro-ro-sas.
Mi amiga AB era más sociable que yo y un compañero rechoncho la sacó a bailar. Yo miré de reojo y vi que una de las enteradas de la clase se morreaba con el novio. Y había bebidas alcohólicas. Otra compañera estaba borracha. Estábamos a puertas de los 80. Adolescentes del siglo XXI, ja.
El caso es que me refugié en una esquina, junto a la ventana. Eran vísperas de las vacaciones de Navidad y en el edificio de enfrente lucía un grandioso árbol lleno de luces. No le quité la vista al árbol ni un segundo. Me moría por que algún niño me sacara a bailar. Me hubiera muerto si eso ocurría.
Mi primer baile lento fue dos años después, en una fiesta de verano que organizó mi sempiterna -y queridísima- AB. Ni recuerdo el niño que me sacó, sólo que era del tipo chulillo. Yo no había avanzado en arreglo personal. Seguía siendo rarita e infantil. Megatímida. Y quería y no quería que aquello acabara. Recuerdo, por supuesto, la canción: Every breath you take, un exitazo aquel año.
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