sábado, 21 de septiembre de 2013

Hiperrealismo (2)



Era el cuadro de una mujer joven que se parecía a mi o yo me parecía a ella. Se apoyaba en la barra de un bar de la misma manera indolente y algo viciosa  que lo hacía yo. Que sigo haciendo. Llevaba una cazadora negra de cuero y botines. En el suelo del bar había un par de servilletas de papel hechas una bola y creo que un perrito peludo. Miraba lo que hubiera fuera del cuadro, al frente y al encontrármela fantaseé con que era mi reflejo.

Estaba en una exposición de un pintor hiperrealista que ni recuerdo. Sólo recuerdo aquel cuadro; menuda flipaera la mia. Y que fuimos en tropel el grupo de compañeros de Quinto. No no perdíamos ni una: exposiciones, estrenos de teatro, conferencias y congresos, éramos una panda de snobs. Creíamos ser la monda, listos y rebosantes de opiniones contundentes en una ciudad de provincias de tercera.

Yo en el cuadro, menuda farsante. Una mujer joven y retadora con toda la vida por delante, apoyada en la barra del bar y despreciando la inercia y las tradiciones.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Mi familia de Sevilla

Ya he escrito sobre mi cuarto de Sevilla y sobre mis tristes diecisiete en aquella ciudad. Desorientada, confundida y encerradísima en mi misma, yo pasaba las horas metida en mi cuarto mirando por la ventana, escribiendo poemas y estudiando. La mayor parte de los días no fui una compañía agradable y siempre lo he lamentado.

Yo adoraba a María, la niña de la familia que me acogió aquel año en Sevilla. Había también un bebé gordo que se pillaba rabietas tremendas, pero ni siquiera recuerdo un nombre ficticio que ponerle. Con María, en cambio, pasé ratos estupendos cuando a veces iba a recogerla al cole o cuando la llevaba a la cama y le contaba cuentos. Era muy pesada, como todas las niñas cariñosas, y siempre me pedía más cuentos, otro más. Era una gitanilla rubia de ojos azules y con un carácter endemoniado. Jamás he vuelto  a ver a un crío al que se le hinchara la vena del cuello cuando se emberrenchinaba como ella. Yo la adoraba y volcaba en ella lo mucho que echaba de menos a mi hermanita pequeña, que era de su misma edad (aunque mucho más dócil y tranquila). María era un torbellino y agobiaba a su madre y muy a menudo me agobiaba a mi. Pero yo la adoraba. Sus rizos, su voz ronca, sus abrazos apretados.

Y Rosi, que no se llamaba Rosi pero le pega el nombre que le he puesto, era tan frágil, tan chiflada a veces, tan distante y fría, tan necesitada de cariño. No se por qué me acogió en su casa, a una adolescente rarita y huraña que sólo era la hija de unos amigos de otra ciudad. Recuerdo sus fantásticas croquetas y su ensaladilla, su insomnio, su tristeza y quiero recordarla alegre pero no lo consigo porque cuando pienso en ella la veo agobiada con los niños y por el peso de una vida vacía. Recuerdo intentos de conversar, creo -o quizás imagino- alguna de esas conversaciones intensas que me entusiasmaban de adolescente y quiero recordarla contándome cosas de su vida, de sus preocupaciones, de su vacío. 

Apenas recuerdo a Luis, al que también le he colocado un nombre apropiado, y es fácil adivinar por qué. Luis llegaba siempre muy tarde del trabajo y cuando estaba en casa era como si no estuviera. ¿Cómo una polvorilla como Rosi, tan neurasténica y excitable, se pudo casar con un tipo cachazudo como Luis? Apenas le recuerdo igual que no recuerdo al bebé gordinflón y en cambio a ellas dos, la madre y la hija de mi familia de Sevilla,  las eché mucho de menos cuando me fui.

No se si María lloró cuando supo que me largaba, no quiero ni pensar en sus ojillos azules con lágrimas -esas lágrimas que derramaba con tanta facilidad-. No se tampoco qué pensó Rosi de mi aquel día que abandoné, quizás que estaba más loca que ella. Que ya es decir. La última vez que tuve noticias de ellos María se había convertido en la adolescente bellísima que todos esperábamos, el bebé gordo era un crío que rayaba la morbidez, había nacido un tercer bebé del que lo ignoro todo y se habían metido en los kikos el camino neocatecumenal o algo así. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

La insociable se esfuerza

La segunda semana de septiembre es altamente puñetera, espídica y pone siempre a prueba mi sociabilidad. He gruñido encerrada en el despacho, con la mesa desordenadísima y he gruñido a los incautos que se asomaban a preguntarme cosas. Todas me resultaban odiosas e inoportunas y he distribuido miradas de rencor a diestro y siniestro.

(De vez en cuando me acordaba de lo fea que me pongo con el ceño fruncido. Y a veces me ponía en modo simpático y echaba para fuera la sonrisa. Joder, de verdad que salen como brillitos en el ambiente, no es coña, sonreir tiene unos efectos paliativos acojonantes.)

Cuando salía, esta semana, del despacho para ir al váter, por ejemplo, sabía que me iban a entretener con esa enojosa sucesión de problemas propios de la segunda semana de septiembre. "Mar, pasa ésto", "Mar, pasa lo otro", joder, no me dejaban ni ir a mear ( y además tenía que subir al servicio de arriba, porque el de abajo tiene la puerta rota. También me preguntaban cuándo arreglarían la puerta. Coño, yo que se, el de mantenimiento ya estaba avisado).

Un noche C. nos mandó un whatsapp al grupo de las tres jefas para desayunar juntas antes de ir al trabajo. Lo que viene siendo de toda la vida un "desayuno de trabajo", cosa que jamás he hecho y me entusiasma una mierda. Estuve pensando mil formas de dar largas al desayuno porque tengo una fobia loquísima a ir a tomar café con otras mujeres. Hablar de niños. Hablar de extraescolares. Hablar de thermomixes. Como no encontré ninguna excusa decente, quedé con C. y N. y fuimos a una venta en la salida de mi ciudad que es famosa por su cafe  y sus tostadas de pan moreno. Hablamos de niños, pero sobre todo hablamos de trabajo, no lo pasé del todo mal pero espero que no se convierta en costumbre.

El jueves acabé rendida y llegué a casa imbuida en una insociabilidad extrema. El viernes estuve de morros parte de la mañana pero sin darme cuenta se me fue pasando y acabé de cervezas en el centro con un grupito de compañeros,  lo cierto es que logré dar el pego y charlé de todo la mar de simpática y empática.

Lo que no se es si quiero que se convierta en costumbre.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Cincuenta sombras de Grey y las lecturas perniciosas

No seré yo quien lleve la contraria a la Universidad de Ohio. Si allí concluyen que Cincuenta sombras de Grey describe una relación de maltrato y no BDSM, yo digo amén. Aunque la historia que cuenta sea la misma que te cuentan en decenas de narraciones y novelas -que no han tenido tanto éxito- y se resume en Amo chachi somete a chica boba. En muchas -no diré la mayoría- de las novelas y relatos con tema BDSM que he leído existe manipulación, chantaje emocional y maltrato psicológico. Y no digamos en las decenas de blogs-diarios personales de sumisxs y esclavxs donde la dependencia malsana hacia Amxs es habitual. Parece, leyendo dichos blogs, que las lineas entre maltrato y BDSM no se perfilan muy claras.

Pero yo no quería escribir sobre eso, sino sobre libros y lecturas, que es un tema en el que me defiendo mejor. Me resulta muy irritante la actitud de desprecio hacia las lectoras de Cincuenta sombras de Grey (deduzco por lo que leo que la inmensa mayoría son mujeres). Maduritas calientes. Mamás que descubren el porno. O directamente estúpidas que leen basura. Una actitud que encuentro en artículos escritos por gente  muy guay. Esa gente que sólo ve en la tele documentales del National Geografic  -en el caso de que vean la tele-.

Verán, me irrita que se juzque a la gente por lo que lee. Cuando veo a un adolescente embebido en un libro yo casi lloro de emoción. Da igual si es Crepúsculo. Al menos lee. ¿Que leyendo Crepúsculo sus neuronitas adolescentes quizás se vuelvan majaras de amor romántico? Sí, quizás. Pero es que leer es peligroso. Casi como vivir. Miren a Don Quijote. Leer -lo que sea- te mete ideas en la mollera. De eso se trata. Yo, de chinorri, leía cualquier cosa. La basura más inmunda y los clásicos más sublimes. Y sigo haciéndolo, porque me hace feliz. Probablemente mi mollera sea un nido en el que se mezcla la cochambre con lo excelso. Pero ya digo que me va bien. 

Me molesta que se trate a la gente que lee novela romántica como gente estúpida. O a la gente que lee best-sellers. No entiendo las críticas elitistas, me exasperan las posturas superiores de gente que sólo lee libros de temática superior. Sobre todo, me cabrea que se considere tan imbéciles a esxs lectorxs de novela barata como para escribir artículos previniendo los peligros de tales lecturas. No lean la novela X que es malo. No lean la novela Y que se volverán muy malos. El viejo cuento de las lecturas perniciosas.

Hace años elaboré un pequeña investigación manejando un Índice de Libros Prohibidos por la Iglesia, un Índice editado en los años 40. Un libro muy grueso lleno de referencias a lecturas perniciosas. Siempre me pregunté quiénes serían sus autores, qué tipo de gente sería aquella capaz de calificar una lectura como perniciosa, qué tipo de gente aquella capaz de categorizar a los posibles lectores por su grado de imbecilidad y permeabilidad a lo peligroso. 

Ahora no te encuentras tanto clérigo desatado pero gente que hace anatema de ciertas lecturas, abunda y mucho. No me gusta esa gente -ni me gustan los clérigos desatados-, no me gusta la gente que menosprecia a la adolescente que lee Crepúsculo o a la señora de cuarenta que lee las Cincuenta sombras. Que escribe sobre lo peligroso y lo inconscientes que son y lo fácil que es que se vuelvan víctimas y quieran vivir amores absurdos.

Esa odiosa actitud paternalista de cierto elitismo intelectual.