jueves, 28 de marzo de 2013

Yo quería ser azafata del Un, dos, tres


Como todo el mundo sabe el viernes era el mejor día de los niños españoles de los 70. En la tele echaban El hombre y la Tierra y luego el Un, dos, tres. Todo el mundo sabe también que los niños de los 70 fuimos teleadictos y no nos volvimos más locos porque sólo había una cadena de televisión y ésta comenzaba su emisión por la tarde (aunque el sábado era otro cantar).

La musiquita de inicio de El hombre y la Tierra era el prólogo para lo bueno. Veías al oso columpiándose en el árbol y luego a Félix bregando con la anaconda y ya te relamías de gusto. Yo todo lo que se de animales es por Félix y la enciclopedia que me echaron los Reyes. La Fauna de Salvat, que hacía un recorrido por todos los bichos del mundo. El único tomo que leía con prevención era el de Sudamérica, donde aparecían vampiros de verdad -vaya si existen los vampiros- y mi preferido eran los tres de África. Con los bichos de África no hay color. Por culpa de El hombre y la Tierra yo quería ser bióloga y le di mucha lata a mi madre con mis planes de salvar el planeta y no contaminar.

Pero también quise ser azafata del Un, dos, tres. Yo descubrí el Un, dos, tres en color cuando ya llevaba vistos una buena cantidad de programas. En blanco y negro molaba pero cuando vi mi primer Un, dos, tres en color, flipé en colores pero de verdad. El blanco del minishort era verdadero blanco nuclear, chulísimo, modernisimo, era un blanco alucinante. Y las botas. Yo detesto las botas y casi nunca me pongo, pero esas botas blancas eran la repera.

Yo quería ser azafata porque eran ultrachic. Tenían una combinación tremenda: intelectuales sexys. Las gafas redondas daban el toque erudito y, aunque yo sabía que eran falsas, me daba igual. Las azafatas del Un, dos, tres nunca resultaban chabacanas. Lucían cuerpo y sonrisa, eran simpatiquísimas, avispadas y pizpiretas. Listas.

Y si, desde aquella época, ser una intelectual sexy fue mi meta.



miércoles, 27 de marzo de 2013

Promesa

Promesas en argot cofrade son las personas que van detrás del paso del Cristo o de la Virgen en cumplimiento a un favor concedido. Yo de argot cofrade manejo lo justo, aunque estos días me leo las noticias de Semana Santa en el Diario porque me gusta ir de enteradilla por la vida. Conozco los pasos que procesionan, de dónde salen y por dónde pasan, son cosas de mi pueblo que me gusta saber aunque no vaya a ninguna.

Hay un Cristo en mi pueblo que se lleva la palma en número de favores concedidos. Lo sabemos por la enorme cantidad de promesas que van siguiendo su paso, cuesta arriba y abajo desde que sale de su templo hasta que se recoge de madrugada. Gente de todo tipo y pelaje, mujeres mayores, muchas, pero también chicas jóvenes, parejas de novios y hombretones fornidos. Gente humilde y gente menos humilde, algunos descalzos y la mayoría charlando y bien abrigada. Una se pregunta qué tipo de fervor tiene y qué tipo de favores pide tanta gente.

Yo pensaba que anoche la tropa de promesas iba a ser más numerosa de lo habitual, porque en estos tiempos la necesidad de favores ha aumentado. Pero o bien hay mayor número de descreídos o bien el Cristo no concedió tantos favores como era de esperar. Había mucha gente, sí, pero yo esperaba más. Es un apaño, el de las promesas, un tanto mercantilista, como se ve: le pido un favor al Cristo y le prometo ir tras su paso si me lo concede. Y si no me lo concede, me quedo calentita en casa y que le den.

Mucha gente se extrañó de que yo saliera de promesa anoche, tras el Cristo. Todo el mundo sabe que yo no tengo tratos con la Iglesia, que ni me casé ni bauticé a mis hijos y que desdeño la hipocresía beata de muchos parroquianos. Se que suena extraño confesar que pedí a Cristo un favor que no era para mi y que aquello que parecía imposible fue concedido. O se hizo realidad. Se que hay multitud de explicaciones racionales y conozco todos los argumentos a manejar para explicar lo que sucede y aparentemente es extraordinario.

Se que puede resultar risible. O ridículo. O absurdo. O impropio de mi presunta racionalidad. Ya digo, no necesito argumentaciones porque me las conozco TODAS.

Pero  pedí y se me concedió y yo cumplo mis promesas.

martes, 26 de marzo de 2013

Memoria, pero selectiva

Este blog tiene tres etiquetas dedicadas a recordar. Escribir unas memorias suena muy pedante, pero en este blog hay partes donde lo hago descaradamente. Mis memorias selectivas, podría llamarlo.

Hace unos días, rebuscando en una vieja carpeta llena de papeles con poemas (horrendos y cursis), encontré un billete de autobús con la fecha -23 de septiembre de 1991- y recordé ese preciso día. No el viaje en autobús, ni lo que hice aquella mañana (un poco sí recuerdo: que me perdí por el centro de Jerez, que llegué al piso expectante, aún vacío, lleno de promesas). Recordé y seleccioné mis recuerdos y conseguí revivirlos.

Este blog a veces pretende ser un recipiente de recuerdos.  Me gusta convertir recuerdos en palabras y jugar con ellas. Transformar sensaciones y trozos de experiencia en palabras y, dado que no se crear ficción, tener material con el que escribir. Que me salga bien o no, tampoco es importante. El único objetivo es pasármelo bien escribiendo. Ya saben lo onanista que puedo llegar a ser.

Cierto, es memoria selectiva la que hago,  sólo recuerdo -y escribo sobre-  los buenos momentos. Me gusta recuperar todo aquello que fue bello y fue bueno. No siento melancolía, ni me hundo en mares de tristeza por no tener, por haber perdido lo que perdí. Que tampoco hay que tomárselo como pérdidas, la cuestión es relativizar y sacarle provecho al pasado.

Pero yo soy un animal de bellota y suelo tropezar varias veces en las mismas piedras. Sacarle provecho al pasado no supone obtener buenas lecciones, que va, a tan moralista no llego. Por eso, los malos recuerdos suelen caer en un rincón de trastos y no tienen su lugar en este espacio. Ya digo, yo sólo escribo de lo que me conviene.


sábado, 23 de marzo de 2013

23 de septiembre de 1991

Una tarde calurosa, como suele ser septiembre en Jerez. Nunca me acostumbré a ese calor terroso y aquella tarde era terrosa. Un vestido verde, mi vestido preferido. Unos extravagantes zapatos metalizados (que hoy en día resultarían horteras). Un Opel Kadett esperándome y yo, sabiéndome guapa, bajando escaleras entre la gente. Mis compañeros de curso probablemente extrañados de verme salir pitando sin despedirme.

Una hora más tarde, el fresco de una terraza junto al mar. Él contándome, minuciosamente, como solía contar las cosas, la manera de hervir bien los langostinos. No recuerdo si comí -no me entusiasman esos bichos-. Sí recuerdo probar una fantástica ensalada, de esas que llevan muchas cosas. Recuerdo una terraza junto al mar y un paseo por la playa. Recuerdo unos ojos del color del acero. Una voz con el tono del acero.

También recuerdo de nuevo Jerez y un colchón sobre el suelo. Calor. El calor terroso de Jerez y la desesperación por alargar la noche, aunque fuera tan condenadamente calurosa, no dormir, que fuera eterna.

viernes, 22 de marzo de 2013

Mandíbulas

Comencé la semana con crujidos en la mandíbula. Es una sensación desagradable. No dolorosa, pero MUY desagradable. Llego muerta de hambre del trabajo, agarro un trozo de pan y crac, la mandíbula que cruje. Me lancé a mirar en internet porque cuando me pongo aprensiva lo hago bien. Es MUY enojoso buscar dolencias en internet, a la gente con un mínimo de hipocondria como yo nos sume en pensamientos MUY insensatos.

Los motivos del crujido en las mandíbulas son, además, muy variados y todos desabridos (no graves, pero fastidiosos), así que no crean que me he martirizado indagando. Eso sí, estuve varios días quejándome en casa y en el trabajo de un MUY antipático dolor de cabeza. Curiosamente, a casi todos mis compañeros les dolía.

Pero ayer quedamos para salir de tapas tras el trabajo. Nos juntamos quince a despedir a dos compañeros interinos que se van y a celebrar el paso del ecuador. Fue un buen rato de charla intrascendente, cervezas y T. haciendo fotos. Nadie se quejó de dolor de cabeza y nadie reprochó nada.

Hoy en el trabajo estuve socializando más tiempo de lo habitual. Fue un viernes tranquilo y con ninguna bronca (ayer tuvimos varias y en una de ellas tuve que separar a dos que se hostiaban). Pude contar algunas historias de las que me gustan. Pude conversar y chismorrear un poco. Caía una lluvia fina y suave y el jardín olía bien.

Hoy casi no me crujen las mandíbulas.

martes, 19 de marzo de 2013

¿Por qué no te lo tomas en serio?

Con mi última entrada hice lo que suelo hacer: un final en plan chula de porque-yo-lo-valgo. Decía algo así como que si, que creo en el AMOR y todo eso, pero que tampoco me lo tomo muy en serio. Puede sonar contradictorio y también, ya digo, muy de chula.

Alardear que me tomo el AMOR en broma -o no muy en serio- puede darme una imagen de frívola que les aseguro que no tengo ni tuve. Frívola no es la definición que me daría nadie. La gente que me trata, y lo se bien porque me lo dicen, piensa de mi que soy seriota, incluso adusta. Mi presunta frivolidad sólo la conocen tres o cuatro íntimos.

Pero en este blog me desmeleno y suelto burradas como esa de no tomarme en serio el AMOR, lo cual, si lo escribo es porque algo de verdad hay. Creo que tengo algún post sobre el tema (casi cinco años con este blog lleva a repetirse). No me tomo en serio el AMOR con letras grandes y gritonas, el amor de "sin ti no soy nada" y "me moriría si tú no estuvieras a mi lado". Ese AMOR es una gilipollez.

Pero no encuentro contradicción en mis tonterías. Por un lado soy una romántica y una lela y por otro, no me dejo cegar por el esplendor. Digamos que soy un drogadicta amorosa que cree tener controlada su adicción. Reconozco el subidón de endorfinas que me provoca el enamoramiento pero también me conozco todos sus trucos. Más o menos como lo mío con el tabaco: fumo de cuando en cuando y controlo las ganas con bravura espartana.

Yo quería escribir un post sobre el desapego y soltar una bonita parrafada sobre amar sin condiciones y de manera libre. Pero a ese estado de plenitud y equilibrio aún no he llegado. Por el momento, me conformo con reírme un poco de mi misma, que es una de las cosas para las que sirve este blog.

sábado, 16 de marzo de 2013

A many splendored thing

Una cosa esplendorosa y requetesplendorosa es el amor. Yo vi el amor por primera vez en esa escena de El violinista en el tejado, donde hay una boda mágica y llena de velitas y suena el Sunrise, sunset. Tenía muy pocos años y es una maldad intuir el amor de esa manera: velas, penumbra y magia. Mi tierno corazoncito comenzaba a esponjarse y a elucubrar.

El amor es una cosa muy esplendorosa y yo lo he elucubrado desde pequeñina. Amor romántico mamado en mil y una películas, en mil y una canciones de amor, en una sinfonía harto masoquista. Yo soy muy clásica cuando me muevo en las esferas del amor romántico. Me gustan las películas clásicas -no necesariamente en blanco y negro- y las canciones de amor clásicas, lo cual modela un tipo de romanticismo a la antigua usanza, de cuidada estética.

No seré yo quien reniegue del amor romántico. Cuando leo por ahí a gente muy guay que echa pestes de las trampas del amor, yo salgo huyendo. Si renegara yo del amor romántico qué insulsa me volvería. No lloraría con finales felices o trágicos y no soñaría en las puestas de sol. Y nada de estremecerme con las viejas canciones, nada de navegar adormilada al amanecer.

Cierto, me conozco todas -casi todas- las trampas que va dejando por ahí, el dichoso AMOR. En algunas -muchas- caí. Como una pardilla. Por muy lista que parezca, yo soy una pardilla que gusta de enamorarse y tararear canciones. Y no me quejo y no reniego, el día que reniegue no seré yo, me habrán cambiado por otra y qué triste y aburrida.

No soy una de esas guays que le niegan el pan y la sal al ñoño y esplendoroso amor romántico. (Pero, Dios me perdone, tampoco me lo tomo muy en serio.)


jueves, 14 de marzo de 2013

El tubo del dentífrico (versionando a Cortázar)

Yo soy de las que nunca aprieta desde abajo el tubo del dentífrico.

Tampoco necesito escribir en papel rayado (aunque también uso libretas).

Ni me gusta concertar citas precisas.

Y hay días absolutamente inesperados en el que un encuentro casual es lo menos casual en mi vida.

martes, 12 de marzo de 2013

Sus labores

Me veo en la cocina con ocho o nueve años -pongamos ocho- charlando con mi madre. Por algún motivo -¿un trabajo para el cole?- estoy escribiendo a lo que se dedica mi familia. Papá es empleado de banca. ¿Banquero? Noooo, banquero no, empleado de banca (y le han ofrecido el puesto de apoderado pero él se ha negado porque quiere trabajar para vivir y no al contrario). ¿Y mamá? ¿Cómo se llama tu trabajo? Sus labores, me dice ella. "Sus labores" es la expresión más estúpida que me he encontrado jamás. ¿Por qué "sus labores"? Mi madre no sabe explicarme por qué. Por costumbre, supone. ¿No es mejor "ama de casa"? Supone que si. (Pero yo no recuerdo si al final escribí "ama de casa" o el detestable "sus labores".)

Por dos años, no hace tanto, fui ama de casa a tiempo completo. Lo elegí yo, por lo cual siempre me sentí una privilegiada. Llevaba a mi hijo mayor al cole y paseaba con el pequeño. A veces me aburría. A menudo miraba despectivamente a las madres que eran amas de casa siempre y se reunían a desayunar en el bar junto al colegio. Yo desayunaba sola leyendo la prensa. Ama de casa privilegiada y bastante snob. No tengo idealizada esa época pero a veces echo de menos cierta sensación de serenidad -aquella que buscaba y creí encontrar entonces-.

Cosas que me gusta hacer: tender la ropa. Yo tengo mi método para tender la ropa. Primero calcetines bien emparejados. A continuación, bragas y calzoncillos. Luego, todo lo demás. No hay razón alguna pero hacerlo así me relaja -¿trastorno obsesivo-compulsivo, quizás?-.  Me gusta planchar la ropa que descuelgo del tendedero. Mientras plancho, medito. Yo soy muy zen planchando. Me sienta bien planchar aunque a menudo acabe con dolor de espalda. Me gusta poner sábanas limpias en las camas. Me gusta ver brillar el espejo del baño. Me gusta fregar los platos con agua caliente en invierno -nunca quise lavavajillas-. Pero detesto limpiar el polvo. Y a veces, cocinar. Sobre todo, planear lo que se va a comer mañana y a cenar (ag, ¿por qué hay que comer y cenar y volver a comer e intentar que todo sea equilibrado y sano?). Y no se coser.

Mi madre cose que da gloria verla. Ya lo hace menos pero, de pequeñas, ella nos hacía siempre la ropa y éramos niñas con vestiditos maravillosos que costaban tres perras con tela del mercadillo. Teníamos muchos vestidos y podíamos casi no repetir ropa entre semana. Cuando vivía en casa de mis padres, ella pasaba las tardes cose que te cose. Puedo echar de menos el runrun monótono de su máquina singer; incluso el momento odioso de probarnos la ropa nueva, las manos siempre frías de mi madre clavando alfileres, su cálida paciencia, esa que tanto a mi me falta.

viernes, 8 de marzo de 2013

La semana endiablada

La semana entera lloviendo. Si sólo fuera lluvia. Pero la semana entera con uno de esos temporales de mil demonios sin sol y sin estrellas. Ayer llegué empapada al trabajo. Soy tan cabezota: tengo compañeros que me dicen, Mar, avisa y te recojo en coche, pero yo no, yo prefiero ir caminando al trabajo, esos treinta minutos físicos y a veces espirituales, míos y de nadie más. Ayer llegué al trabajo empapada porque se me rompió el paraguas con el viento endiablado y aunque llevo botas de agua y un chaquetón bien gordo, no pude evitar que el viento me mojara la cara, las manos y las rodillas.

Si sólo fuera lluvia. O viento. Pero la semana entera con el ambiente laboral enrarecido por culpa de esos absurdos que se presentan de vez en cuando y el encabronamiento de unos y la maledicencia de otros. Yo intentando mediar sin que me salpiquen toxinas. Curiosas a veces las relaciones laborales que se emponzoñan: no queda más remedio que ponerse el impermeable y esperar que el veneno te moje sólo un poco -la cara, las rodillas, partes que sean fáciles de limpiar- y esperar, también -metáfora poco elaborada, lo se- a que se aclaren un poco las nubes.


lunes, 4 de marzo de 2013

Desmontando pelis: Algo para recordar

Que en realidad se llama SleepLess in Seattle, o Desvelado en Seattle, título que se entiende mucho mejor, dado que en la peli poco se habla de recordar. El caso es que llevaba mucho tiempo sin verla pero ayer me pilló la tarde tonta y no ponían nada del otro mundo en el resto de canales. A veces es un placer perverso comprobar lo mal que envejecen algunas películas. El caso de Algo para recordar es uno, ayer mismo lo constaté.

Meg Ryan recordando algo
Meg Ryan. Hace años resultaba graciosa y pizpireta. Incluso en esta peli. Ya no, ahora la veía y me resultaba una moñas insufrible y paranoica. El palo que le da al novio en pleno Nueva York y el Día de San Valentín es de juzgado de guardia. Hay que ser muy cabrona para dejar plantado a tu novio tan mono, que te acaba de regalar el anillo que perteneció a su madre, todo corazón. Pues no, la escena se resuelve en un dialogo perfectamente civilizado y lleno de sonrisas. No te lo crees ni en tus mejores sueños.

Por fin el niño repelente se durmió
El niño. Es repelente por decirlo de manera suave. Malcriado. Consentido. Con ocho años cruza solito los Estados Unidos en avión y no se caga de miedo. Mi peque de seis -casi siete- años lo flipaba. ¿Tú te montarías solito en avión? le pregunté. Ya saben la respuesta: ninguno de los dos nos imaginamos qué clase de niño hace cosas así.

Rosie O'Donell y Rob Reiner. Los amigos gorditos y ocurrentes. ¿Por que los amigos de los protagonistas son siempre gorditos y menos atractivos y deseables, pero sí ocurrentes? Además Rosie O'Donell siempre bebe con el meñique tieso, es una cursi.

La banda sonora. ¿Por qué Stardust, Makin'whoopie y todos esos temas preciosos me resultan tan prescindibles y ñoños en esta peli? En cualquiera de Woody Allen -y pienso en Hannah y sus hermanas- no; pero en esta peli de almíbar hasta las cejas la banda sonora te hunde en la hiperglucemia absoluta.

Las chicas sólo ven pelis ñoñas
El chiste más repetido de la película. La vieja historia de pelis de hombres y pelis de mujeres. En su día me hizo gracia pero el chiste ya esta pasado. O repetido. Y qué coño, eligen a una de mis pelis favoritas de todos los tiempos como peli de hombres: Doce del patíbulo. Me niego a que Doce del patíbulo tenga la exclusividad masculina.




AQUÍ LLORO SIEMPRE
Pero, patética de mi, siempre lloro al final. Yo no quería, yo odiaba esa sensación ñoña que me estaba embargando pero lloré. Dos lagrimones como dos perfectas gotas, redonditos y calentitos. Ya ven, yo soy perro ladrador pero poco mordedor.

sábado, 2 de marzo de 2013

BDSM y sexismo benevolente

Hay quien se instala cómodamente en su relación BDSM para enmascarar su concepto tradicionalista de pareja. En teoría una relación de hombre Dominante y mujer sumisa es el tipo de relación que tuvieron nuestros abuelos -e incluso mi padre y mi madre en sus tiempos mozos-. Coges al abuelo y a la abuela, aderezas su relación con protocolo y sadomasoquismo y ya tienes, en teoría, digo, un 24/ 7 de los buenos.

Pero ya todos sabemos que el BDSM no es eso. Porque, para empezar, la abuela no había suscrito ningún consenso con el abuelo y si él era el que llevaba las riendas de la relación era por pura y simple costumbre, el peso de siglos de patriarcado. Y si la abuela se intentaba apear y decía que hasta aquí hemos llegado,  lo tenía difícil ya que ninguna ley la amparaba en su decisión. Eran relaciones, aquellas, santificadas por el derecho.

Una relación BDSM -mi concepto de relación BDSM- parte de una decisión entre iguales. Con su consenso y sus normas y la conciencia de que lo dejas cuando ya no te mola y nadie sufre por ello. Las relaciones BDSM son sólo aptas para gente emocionalmente equilibrada, cosa que a menudo se obvia. Así, es frecuente encontrar a gente que busca llenar sus carencias afectivas y, lo que es peor, a gente que busca enmascarar su personalidad naturalmente sumisa o dominante en el marco de una relación D/s. Mal.

El mundo BDSM está plagado de sexistas benévolos. Son más sibilinos que esos típicos machitos a los que le das un corte con dos frases. El sexista benévolo se mueve en el marco D/s como pez en el agua: usa la coartada de la "educación de su sumisa" para florecer en todo su esplendor. Paternalistas, pedantes y plomazos, los Dominantes que practican el sexismo benevolente no soportan tener sumisas más cultas que ellos y nunca admitirán que sus sumisas les pueden dar lecciones. Por supuesto, las feministas sumisas les caemos como tres patadas al estómago.

Ya  tengo escrito por aquí que meterse en una relación BDSM siendo sumisa por naturaleza no tiene ningún mérito. Es más, yo prohibiría a todas las mujeres que se declaran sumisas por naturaleza embarcarse en una relación BDSM, por su bienestar emocional. Si unimos a una sumisa por naturaleza con un sexista benévolo no tendremos una relación BDSM sino una pareja tradicional y patriarcal de las de toda la vida, pero con azotes y sexo duro.

La belleza del BDSM estriba, en mi opinión,  en asumir el rol sin que éste sea algo innato. Ser sumisa sin serlo pero por el placer de disfrutar de algo que eliges libremente, no empujada por la naturaleza. Adoptar un rol con el que sientes placer y crecimiento personal y, cuando sales del mismo, ser la igual del otro. Incluso con el rol las 24 horas los 7 días de la semana, pero con la conciencia de que puedes dejarlo cuando ya no te satisfaga.

Optar por la desigualdad permanente y sustentada en un concepto del BDSM de vieja guardia es, en mi opinión, una muestra de pensamiento patriarcal y sexista. De buen rollo, si, pero sexista y profundamente misógino.