jueves, 30 de julio de 2015

¿Encontraría a la Maga?



Yo he sido una artista en encuentros casuales. Cuando me vine a dar cuenta, noté que ya era un genio de la contingencia. Por supuesto, sin planificar. Hubo un tiempo en que me empeñaba en planificar casualidades y, como es normal, nunca lograba mi objetivo. Recuerdo mañanas de verano que con la excusa de salir a comprar el periódico -al kiosko más céntrico y alejado de mi barrio- elaboraba un plan minucioso de acoso y derribo. Eran agotadoras aquellas mañanas y llegaba casi siempre a casa con la prensa del día, sudorosa, decepcionada pero también con la certidumbre del paseo de la mañana siguiente.

Fue sólo un verano o dos. Luego me dejé llevar por lo que se me daba tan fenomenal y que había aprendido en la primera página de Rayuela. A veces tentaba a la suerte y componía rituales que una vez me dieron suerte. Un vestido, ese vestido que me proporcionó besos y dicha una tarde de septiembre. Una ruta específica, cruzar precisamente por cierto cruce y no mirarme en los escaparates. A veces mi ritual de supersticiones para lograr la casualidad bienhechora  era patético de veras.

Fueron dos o tres veranos. Hasta que dejé de pensar en las casualidades y éstas fueron dejándose caer de vez en cuando. En tardes de verano, en noches de primavera, en mañanas de otoño. Si me pongo a pensar cuándo suceden me sale una lista idiota y presuntuosa; no merece la pena destriparlas ni sacarle los engranajes. Suceden y lo hacen de la forma menos casual porque los encuentros casuales son lo menos casual de nuestras vidas.

viernes, 10 de julio de 2015

Verano mandala



Me compré un libro de mandalas para colorear. En la cola de la librería, una rubia miró mi libro, me miró a mi, miró al novio y resopló. No se si fue un resoplido de "vaya tía rara, las cosas que se compra" o un resoplido de "vaya tía molona, las cosas que se compra". Yo me inclino más bien por la primera opción porque creo que al resoplido le siguieron los ojos en blanco.

A mi me jodió un poco. A mi, aunque lo disimulo, me siguen jodiendo los resoplidos.

Mientras coloreo mis mandalas con toda la milimétrica paciencia del mundo y del verano entro en un estado zen muy chachi que, en realidad, no me sirve de gran cosa. Por ejemplo, aún no me explico con claridad por qué cerré este blog y tampoco me explico por qué hoy lo abrí. Voy improvisando colores y sigo el instinto que me pide azul, o me pide amarillo o me pide tonos rosados. Voy improvisando y sigo mi instinto que me pedía una página en blanco no para deshacer ni para borrar, sólo para disgregar cierto malestar difuso que no me explico pero estaba instalado tan campante.

Supongo que habré perdido todos los lectores pero confieso que no me perturba mucho.

Supongo que quiero nuevas páginas para colorear y hacerlo con cuidado y a conciencia.

Y sin resoplidos.