Me encanta contar esta anécdota. En segundo de BUP suspendí la Educación Física. Fue en el segundo trimestre, un Insuficiente como un castillo entre Notables y Sobresalientes. La culpa fue del voleibol, ese deporte lleno de misterios. Nunca he entendido de qué va el voleibol. Los saques, unas veces con las yemas de los dedos -que se quedan hechas polvo-, otras con el puño o ¿con la base de la muñeca?. Ni idea. Cateé.
Soy desdichada en medio de una competición deportiva, nunca me las arreglé en deportes de equipo. Y puse mi empeño, porque tengo mucho pundonor. En octavo de EGB fui pívot en el equipo de balonmano del cole. Jugué partidos con otros equipos de otros colegios. Los sábados, en vez de ver a Torrebruno, me iba a jugar balonmano. Recuerdo a niñas como armarios empotrados y balones temibles directos a mis tetas. O a mi cara. Una vez marqué gol. Recuerdo al entrenador -al que amaba platónicamente, como es natural- aplaudirme y darme ánimos.
Mi relación con el deporte de equipo por tanto es nefasta. No veo deportes en la tele. Me abruma la competición. No entiendo las reglas. E. me ha explicado algunas cosas, a Él le gusta el fútbol, el baloncesto. Creo que otros deportes también. Siento curiosidad cuando me habla de fútbol. Es algo exótico para mi. Otra galaxia. Y me contagia su entusiasmo. O más bien, me entusiasma sentirle entusiasmado.
También me entusiasma pensar en el día -¡el día!- en que E. me haga estar a su lado, mientras mira por la tele un partido. Él y yo sabemos cómo.
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