martes, 30 de julio de 2013

Paraíso



Encima de esa duna gigante. Con el viento de poniente fresco porque viene del mar. Una duna gigante que cuesta trepar (arf, arf) y por la que no cuesta tirarse. Niños que se deslizan por la duna y ruedan haciendo la croqueta. Una duna gigante para sentarse y otear el horizonte, adivinar cuántas posibilidades de azul existen. Una duna de arena diminuta y suave, pies enterrados en la arena que no quema porque es poniente.

Abajo una orilla inmensa en marea baja, rocas que huelen a salitre. El agua transparente y muy salada. Sol que quema pero no te das cuenta porque el poniente es así: corre la brisa fresca y no sientes el calor. Olor de crema solar y salitre y el pelo estropajoso pero qué importa.

martes, 16 de julio de 2013

Gente que va, viene o se queda


Esta es una ciudad de frontera y como suele pasar, es fea y sucia, un horror urbanístico. El Paseo Marítimo  no es marítimo porque al mar se lo tragó el puerto, nuestro ENORME puerto que crece y crece y da trabajo y nos coloca en el mapa. Nadie quiere, que yo sepa, que el ENORME puerto deje de crecer.

Hace muchos años. pero muchos años, yo descubrí a la gente que pasa por aquí, a la gente en tránsito. Venían en coches de marcas chulas -nada que ver con nuestros Seitas- de matrículas belga y francesa. En coches y furgonetas hasta arriba de bultos y cachivaches. Aparcaban en el Paseo Marítimo, que entonces sí daba al mar, y de ellos brotaba cansancio y sudor. En los jardines del Paseo, en julio, dormitaban ancianas descalzas  y jugaban pequeñajos con la ropa llena de churretes. Era un espectáculo extravagante y en cierto modo mugriento -la mugre del viajero que tiene prisa por llegar al hogar- , pero yo, hace muchos años, no entendía a cuento de qué estaban allí.

Fue cruel cuando les pusieron nombre.  "Ya llegaron los moros guarros".  El Paseo se convirtió en una ruta de miedo y vergüenza. Pasé muchos años sabiendo que lo que me decían no estaba bien. Moros sucios. Moros mierdas. Moros que huelen mal. No estaba bien escuchar aquellas frases y callar, pero yo no tenía argumentos. Tenía solo ocho años. O diez. O doce.

Me llené de argumentos con el tiempo y, sobre todo, con la experiencia. Y reconocí que el principal argumento contra el asco y el miedo son el conocimiento y la convivencia. Esos chiquitines churretosos y las ancianas que dormitaban en la hierba ya no están porque tal y como llegan se marchan en barcos veloces, pero otros llegaron y se quedaron aquí, en esta ciudad de frontera, a vivir.

Conozco demasiada gente que no se hace llamar racista pero practica un racismo de baja intensidad muy dañino. Contra ellos estoy cargada de argumentos que nacieron de la experiencia y del sentido común pero suele pasar que no te escuchan porque la gente racista -que nunca admite serlo- lleva la palabra "recelo" escrita en la frente. Sobre todo, contra ellos tengo la mirada sin prejuicios de mis hijos, que tienen amigos y no le dan importancia al lugar donde nacieron; las miradas limpias de esa comunidad de críos y adolescentes que, aunque son pocos, son mejores que yo a su edad.


sábado, 13 de julio de 2013

Novela social: una pequeña defensa.

Finalmente elegí Con el viento solano. Una novela no muy extensa, estupenda para leer al fresco y compadecerse del lamentable Sebastián, ese tipo que huye y se empapuza en vino y aguardiente. Como le decía a Sara, me gusta de vez en cuando pillar una de esas novelas sociales de los años 50, que ahora no están de moda y que tienen furibundos críticos entre los que no me cuento.

La novela social hay que leerla en pequeñas dosis, eso si, porque suele ser despiadada y te deja el alma reseca. También hay que ser selectiva y desechar las que atufan a moralismo, cosa que se descubre siempre en la primera página y con esas no tengo reparo. A la estantería a morir.

Me gusta este Ignacio Aldecoa, que cuida las palabras y es rotundo en adjetivos. Cuenta las desdichas de Sebastián sin mojarse, como diciendo, oye, yo no tengo la culpa de las cosas que le ocurren a este pringao.

Me flipa El Jarama, de Sánchez Ferlosio, que creo es la primera novela social que leí. El día de fiesta junto al río, las charlas en el merendero, las tensiones y pequeñas broncas, la tragedia narrada con tanta frialdad y que de deja KO.

Amo Entre visillos, de Carmen Martín Gaite y su atroz descripción del aburrimiento y la resignación pequeño burguesa de pueblo. Tengo que volver a leerla.

Adoro Dos días de septiembre de Jose Manuel Caballero Bonald, quizás porque habla de un lugar que conozco medianamente bien y del levante que vuelve loca a la gente. Porque habla de dos días en los que pasa poco pero sucede mucho y para eso, el jerezano es un maestro.

Hay algunas más por ahí. Dentro de unos meses volveré con Aldecoa y Gran Sol (lo dicho, en pequeñas dosis) que supongo será una lectura muy grata en otoño, cuando el viento sople fuerte. Ahora, con el mar enfrente y la ducha fría esperándome, leer estas historias de calor meseteño son mi pequeño y culpable placer.

miércoles, 10 de julio de 2013

Libros de julio

Ayer terminé El atlas de las nubes. Creo que eran las nueve y media. Media hora después me puse la película. He aguantado como una campeona dos semanas sabiendo que la película estaba ahí. Siempre releo el final de las historias y en El atlas de las nubes ha sido jodido porque son seis historias con seis finales (que se entrelazan) así que he caído en la tentación innumerables veces. Compré el libro en abril, creo, y lo tuve cogiendo polvo porque no me fiaba mucho. Pensaba, incluso, que me había hecho falsas expectativas cuando vi que eran seis historias y la primera empezaba en la Polinesia, que es un lugar que en principio no me dice nada.

Leer un libro al que le has puesto un listón bajo es estupendo. He leído El atlas de las nubes y cada historia supera a la anterior, incluso la de la Polinesia (¿qué es un océano sino multitud de gotas?). Más aún, cada historia se iba superando conforme avanzaba y eso me ha ocurrido sobre todo con la del vejete editor, el genial Timothy Cavendish y su odisea en el geriátrico (otra historia que en principio no seduce y se transforma en una trepidante Fuga de Alcatraz de abueletes).

La peli ha resultado divertida -no caeré en la tontería de comparar peli con  novela-. Tenía ganas de ponerle escenario sobre todo a la historia de Somni y ver cómo se las apañaban los Wachowski. Nuevamente la historia polinesia resulta más atractiva de lo que promete. Y lo mejor, descrubrir a los mismos actores y actrices caracterizados de manera diferente en cada historia (Hugo Weaving de enfermera Noakes está soberbio).

Ahora tengo dos novelas en la parrilla de salida. Tengo Victus, de Sanchez Piñol, sin saber aún si el sopor del mes de julio me permitirá aguantar mucho rato tanta escenas bélica (aunque no se si hay muchas). Y tengo Con el viento solano, de Ignacio Aldecoa, para solazarme un poco con esas cutrísimas historias del realismo social. No se con cuál me quedaré ahora mismo, quizás las vaya alternando. O puede que aparezca otra historia por medio y me quede con ella. Julio es pura improvisación.