No voy a escribir una entrada de fin de año, ni de balances ni de propósitos, ya saben que me la suda. Tampoco voy a escribir deseos de felicidad y prosperidad ni pavadas así porque aunque lo desee de corazón me repatea escribir esas cosas. Podría escribir una entrada sensiblona findeaño pero voy a escribir una entrada sensiblona sobre el breve encuentro que tuve esta mañana y sus conclusiones.
INTRODUCCIÓN: encuentro -tras no se cuántos años, pero muchos- a Pako. Yo vengo del parque con mi peque y mi sobrinete. Él cruza la calle con su madre y su mujer (a la que no conozco pero se deduce claramente, no porque la lleve agarrada, es que otra cosa no puede ser).
NUDO: ohhhhh qué alegria verlo, nos damos un buen achuchón. Él está GUAPÍSIMO, mucho mejor que la última vez que le vi, que estaba un poco fondón. Ahora se le ve fuerte y se ha dejado una barbita corta que le da una pinta supermasculina (según mi tía, Pako siempre tuvo cara de muñeco). Sigue con su aire radikal, lleva rastas (!!!) pero molan, me abraza y no me suelta. Ay, mi Pako.
DESENLACE: charlamos brevemente y, como suele pasar en esos encuentros inesperados, ninguno sabemos muy bien qué decir. Curiosamente, él no es quien me presenta a su mujer sino que lo hace su madre -esa mujer simpatiquísima que una vez soñe con tener por suegra-. Nos despedimos y él se separa de mi con esa mirada tan suya, intensa y adorable.
CONCLUSIÓN: llego a casa medio tonta y lo primero que hago es mirarme en un espejo a ver si voy mona. Afortunadamente llevo el pelo bien y voy de negro, que es el color que mejor me queda. Formulo mentalmente el deseo de volver a encontrármelo a solas y poder charlar con más profundidad, reencontrarnos en serio, volver a contarnos nuestras cosas, recuperar un sueño de intimidad, algo realmente irrecuperable, pero no me importa ni me duele fantasear con ello. Volver a bañarme en su mirada y recordar lo puñeteramente fuerte que fue nuestro vínculo.