He contado a E. la fantasía recurrente que me dejaba dormida en mi adolescencia. Era una historia elaborada a partir de un sueño y su base eran dos películas: El prisionero de Zenda (la versión de Richard Thorpe con Stewart Granger) y Anastasia.
En mi historia nocturna me secuestraban por mi parecido con una princesa que no se sabe dónde está (ese detalle no era importante). Me llevaban a una mansión maravillosa, rodeada de jardines versallescos y era sometida a un entrenamiento para despojarme de toda ordinariez y transformarme en el doble de la princesa.
Lógicamente me resistía al principio, como una jabata. Lógicamente caía rendida a los pies del encargado de mi educación: una especie de Yul Brynner recio y apuesto. Me enseñaba a bailar como una dama y era entonces cuando nos dábamos nuestro primer beso apasionado. Era una fantasía de Dominación romántica. Mi Yul Brynner -que siempre me ha parecido el colmo de la virilidad- no tenía piedad respecto a mi educación pero se enamoraba tan locamente de mi como en las películas se enamoran los héroes.
Creo que si adaptamos nuestras fantasías a la realidad podemos tocar el cielo. Ahora, con cuarenta años, sigo siendo ingenua y romántica, me gusta seguir siendo asi y me gusta pensar que he conseguido a mi Yul Brynner particular. Que soy su princesa.
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