martes, 24 de febrero de 2009

Higiene mental

Este espacio es para mi higiene mental. E. lo sabe. Escribo lo que me da la gana e intento enfocarlo todo desde una perspectiva distante y mínimamente irónica. Resulta efectivo. Al escribir, si se aplican distanciamiento y pizcas de humor, una sale mucho más tranquila. Se trata de echar miasmas.

Anoche. Esta mañana. El día de hoy. Lo he pensado todo. Lo he escrito todo. Él delante, Él fluctuando entre el amor y el desapego. Él sabe que he pensado en Él. Cosa que pretendo hacer menos. Permanecer en Modo Stand By, un pilotito rojo brillante. Consumiendo la mínima energía posible.

Así que no escribo más de E. hasta nuevo encendido.

Eso creo.

lunes, 23 de febrero de 2009

Fiestas en verano

Leía esta mañana el blog de desconvencida -le soy fiel, tiene un gusto exquisito- y recordé las fiestas de verano. Las de adolescente. Fue un tiempo en que nos dio por hacer fiestas. Mis amigas, yo, estábamos loquitas por ligar, ligar, chicos, chicos. Ibamos de pandillita en pandillita. Hacíamos fiestas para bailar lento, enamorarnos, tontear, pavonearnos.

Yo era megatímida, tímida a rabiar, un horror y además no me veía guapa. Tenía dieciseis, diecisiete años. Llevaba el pelo corto y a veces parecía un chavalín. Me ponía ropa demasiado infantil. Me moría por tener novio pero con aquella pinta, los espantaba. Pero planeaba fiestas y tenía un ánimo invencible.

La mejor fiesta me la dieron AB y ES por sorpresa. Tenía diecisiete años y en otoño me iba a estudiar a Sevilla, me iba de casa de mis padres a vivir con una familia amiga. Mis amigas me hicieron una fiesta de despedida e invitaron a la pandilla de turno. Fue una sorpresa perfecta. Mi amiga AB me abrió la puerta de su casa y allí estaban todos. Música, cocacola y patatas fritas. Mis padres conchabados, me dejaban regresar a casa más tarde de lo habitual. ¡Hasta las doce!

Esa noche bailé lento con un chico que no me gustaba pero no me importó. El que si me gustaba no bailó con nadie. Mi amiga ES dio calabazas a otro que iba por ella. Mi amiga AB tonteó con el chico que le gustaba y vio posibilidades. Fue un éxito. Mi amigas, las mejores amigas.

jueves, 19 de febrero de 2009

Ser femenina, ser masculina

Cuando hacía teatro frecuentaba a gente de otros grupos. Como siempre me ocurre, me parecieron fascinantes y acabaron agobiándome. Siempre hablaban de lo mismo.

Pero mientras me fascinaron, dediqué mucho tiempo a observar a una actriz. Estaba preparando una obra con otras dos actrices más. Ella componía un personaje masculino. Era una mujer alta, se parecía a Ana Milán, la que hace de la borde Victoria en Cámera café. Recuerdo que nos comentaba cómo estaba preparando su personaje. Decía que se esforzaba en caminar y sentarse como lo hacen los hombres. Que intentaba pensar en masculino, miraba los culos de las mujeres e imaginaba qué piropos podría decirles.

Yo babeaba por un personaje así. Hacer de hombre sobre un escenario, qué maravilla. Meterme en la piel, los gestos, los actos de un hombre. Sentir que me miran como a hombre. Y sentirme más mujer que nunca siendo hombre unas horas.

Aborrezco ciertos comportamientos femeninos. Algunas veces me gusta ser algo machito, me gusta rodearme de amigos hombres y hablar con ellos. Me gustan las conversaciones de tíos, en la barra de un bar. Detesto ir de compras con amigas. Odio entrar en el lavabo de dos en dos.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Definirse

Definirse es una manía absurda. Me repatea muy mucho la obligación de definirse. En cualquier lugar, gente definida. Limitada y limitadora.

Ahora menos que nunca. Es que soy muy bruta. E. lo va sabiendo. Bruta y animal. Experta/inexperta en el trato humano. Sociablemente arisca. Mezquina, agradecida, apasionada, fría como el hielo.

Como todo el mundo.

Ayer hablaba con la gallega de mis entretelas. Está allá lejos, allá arriba y sin embargo, qué cerca a veces. Filosofa, la gallega. Me gusta leerla filosofar. Se ríe y ve el vaso medio lleno, como yo, aquí abajo. Ella no es de las que se definen, yo nunca la he leído definiéndose. Es sencilla, complicada, está lejos, está cerca.

martes, 17 de febrero de 2009

Soy una llorona

Soy llorona, sentimental. Se me saltan las lágrimas con facilidad. Puedo llorar a moco tendido a la mínima. Como si me abrieran el grifo. Nariz roja y moqueante. Hipidos llenos de autocompasión. Muy desdichada, muy llorosa, muy compungida.

Lo bueno es que se me pasa pronto. Le lloré a E. dos mañanas seguidas. Creo que debe ser suficiente. Quiero que sepa que es un llanto terapéutico, que luego me siento como una rosa. Limpita y renovada. Moqueante pero reluciente. Y que me río de mi misma por gili. Por llorona. Por débil. Por hartible.

Estuve leyendo esta entrada del blog de kaya. Aunque no soy de leer textos de ese estilo -por mi manía de ir de durita (llorona pero durita, pa morirse)- reconozco que me hizo bien. Pero no me extenderé sobre el tema; Él, si lo lee, quizás sepa de qué hablo.

lunes, 16 de febrero de 2009

Una puerta cerrada en casa

Mi padre me decía, en verano, que a la hora de la siesta no se les debía molestar, ni a él ni a mamá. Todos los niños odian la asquerosa hora de la siesta. Es lo más aburrido del mundo. Además, en los setenta no había tele a la hora de la siesta. Estaba la asquerosa carta de ajuste, cuánto odiamos la carta de ajuste.

Una tarde no aguanté de aburrimiento y abrí la puerta del cuarto de mis padres. Les pillé, claro. Joder, qué susto. No recuerdo gran cosa, sólo que me llevé un susto y luego que me sentí muy culpable. Más aún porque ni mi madre ni mi padre me regañaron, más tarde, cuando salieron. Yo esperaba la bronca del siglo, pero no pasó nada. Imagino que se mearían de risa. La cara que se me pondría, para foto.

Luego, un poco más mayor, recuerdo las confidencias entre los dos, mi padre susurrándole cosas a mi madre. Para una adolescente resulta algo casi extraterrestre. Mis padres tenían... ni sabía cómo llamarlo, en esa época ni sabía conjugar el verbo follar. El Interviú, el Lib bajo el cojín de un sillón (ja, se creían que yo no registraba). Mis padres al cine a ver Emmanuelle. Yo le preguntaba a mi madre por la mañana que qué tal la peli. Mi madre, que es muy inocentona, me respondía que era muy fuerte, con muchas mujeres desnudas y de mayores. Probablemente le brillarían los ojos.

viernes, 13 de febrero de 2009

Toco tu boca, de memoria


Estaba leyendo aquí que se cumplen 25 años de la muerte de Julio Cortázar. Más tarde, he recordado que Rayuela me obsesionó mucho tiempo. Me aprendí de memoria el capítulo 7. Lo recitaba en el piso del Callejón, en Cádiz. Para mejorar la dicción, era la época de los ensayos de teatro. Pero sobre todo, porque era la novela y el capítulo favoritos de Jóse y yo quería causarle buena impresión.

Rayuela era la novela favorita de todo el mundo. También Pako recitaba pasajes con la mirada perdida, allá en ideales de esos tan profundos. Y Jóse, claro, aquel estudiante de últimos de Medicina. Me contaba de cierta vez que se celebró por todo lo alto no se qué aniversario de Cortázar, en la Facultad. Algo increíble. Se recrearon escenarios, personajes de la novela, todo el mundo había participado.

Leí Rayuela hace mucho pero no formo parte de los que mueren por ella, y prefiero otros relatos del escritor. Odié a Horacio Oliveira, pero sobre todo odié a la Maga, por ingenua, tan ingenua que daba asco. Vamos, por pura envidia.

Pero los encuentros casuales, el tubo del dentífrico, mirar de cerca como cíclope, ahogarse en el aliento... tocar tu boca. Lo sabía de memoria.

jueves, 12 de febrero de 2009

Carnaval en Cádiz, sin disfraces

Hubo tres Carnavales sin disfraz. Sólo la cara pintada, porque algo había que ponerse. Si sales un sábado de Carnaval en Cádiz sin disfraz, o al menos, sin algo medianamente mamarracho, haces el paria.

Paradójicamente, esos tres Carnavales fueron absolutamente desmadrados. Iba con la cara pintada y el abrigo, más panoli imposible. Sin embargo, fueron una locura. Ya no voy a Cádiz en sábado de Carnaval. Ahora soy formal y voy el Lunes de Coros, si encarta, o bien el domingo del Carnaval Chiquito. Pero aquellos primeros años, primeros sábados...

Era posible bailar por la calle y cantar aquello de "Soy Currito de la Cruz / pero como bebo tanto, /ahora me dice la gente / Currito el de la Cruzcampo". Era posible pegar la hebra con cualquiera por cualquier marcianada, hacerte colega del alma del primero que pasaba. Correr por la calle Pelota, brincar por la Catedral, alucinar por Columela y perderse. Encontrar a quien querías encontrar. Besar con el mar enfrente, en el Campo del Sur. Olvidarse de la claridad del día. Olvidarse de cualquier atisbo de razón. Ser loca, unas horas.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Disfraces

Salsera: El Carnaval de mi ciudad se recuperó en 1981 -después de la prohibición del franquismo-y creo que fue ese año el primero en que me disfracé. Mi madre me hizo un traje de salsera, una camisa con volantes en las mangas y unos pantaloncitos piratas. Me peinó con trencitas por todo el pelo. Lo pasé fatal. La calle hervía de gente, había ganas de Carnaval, pero yo iba refunfuñando todo el rato. Iba con mis padres. Tenía 14 años y yo lo que quería era salir con amigas. Tengo una foto posando en casa, con cara de pazguata y con ganas de quitarme el tipo.

Años 20: Al año siguiente quedé con mi amiga MM. que también era pavilla como yo. Ella se vistió de zíngara y yo de años 20, con un vestido precioso color salmón y un collar largo que me prestó mi madre. Salimos solo por la mañana. Creo que solo dimos unas cuantas vueltas y nos aburrimos de lo lindo, o quizás no porque yo me veía requeteguapa y eso para mi ya es suficiente para estar contenta.

De Don Juan Tenorio: Una de las ideas de mi madre que yo acepté encantada. El disfraz era una maravilla, con jubón, calzones, medias y capita. Gorrito con una pluma muy sexy. Lo malo es que me pinté bigotito y perilla y eso ya no me molaba. No sé por qué no me lo quité en la noche, lo fácil que hubiera sido. Me cortó el rollo, el bigotito, me veía ridícula. Ese año sí salí de noche, con mis amigas AB. y ES. Solo recuerdo que hacía un frío pelón y que ES, disfrazada de demonia, iba tiritando todo el tiempo.

Chica del Can-can: El vestido mas bonito de la época del Instituto, el año de COU-nocturno. Le dije a mi madre que quería ir rabiosamente guapa y ella me hizo una preciosidad rosa fuerte, falda de mucho vuelo, calzones y medias negras. Fue la bomba porque aquel era mi primer año jipi y siempre iba a clase hecha un desastre. Una compañera -gilipollas- decía que me quitara el bigote -la pelusilla, leñe- que parecía un tío. Me depilé, claro que si y estaba tela de guapa.

Aquel disfraz fue el último del Instituto. El objetivo era impresionar a Juan Carlos, un compañero por el que andaba medio tonta y que no me hacía caso. Cuando lo encontré él ya llevaba una buena moña encima, pero aún así me dijo que estaba guapa. Suficiente, corazón. O no.

Esa noche salí en pandilla, la pandilla de los jipis-punkies de mi pueblo. AB iba de bufón. Mi Pako con k no iba disfrazado, para variar. El resto, ni me acuerdo. Me empezaba a gustar mi Pako con k. A él le gustaba mi amiga AB, prefería su disfraz de bufón aunque yo iba más guapa. Debería haber parado ahí, yo, y no haber hecho la gili tantos años después.

Lo último que recuerdo de esa noche -en la que me mantuve sobria pero medianamente eufórica de belleza y femineidad- fue a Pako mirando con ojillos vidriosos de porros a AB, que pasaba de él. Yo me martirizaba pensando lo mal que está repartido el mundo y los amores. Y también recuerdo a mi amiga ES diciéndome que no le echara el humo a la cara a los tíos, que significaba que quería rollo. Yo no lo sabía -ya digo, medio lela- pero rollo... rollo estaba deseando tenerlo.

martes, 10 de febrero de 2009

Mis problemas con las mujeres

Hace unos días le estuve contando a E. cosas sobre mi amiga Ana, mi amiga de la Facultad. Le confesé que tuve, en alguna ocasión, una fuerte atracción sexual hacia ella. No era siempre, algunas noches, una tarde de confidencias en mi cuarto, otra tarde de confidencias frente al mar. Nunca le dije nada, fue un deseo que no me agobió y que me pareció curioso experimentar. Ella era una valquiria de piel morena. Era extremadamente sensual.

He fantaseado sexualmente con otras mujeres, muy pocas. En general eran mujeres del estilo de Ana, independientes, muy libres y poco convencionales. Así me gustan las mujeres. Creo que no sería capaz de mantener una relación estable con ninguna.

Veo poco a mis amigas, las amigas de siempre, -que nunca me han atraido sexualmente-. Quizás es un motivo por el que el lazo que nos une se mantiene fuerte. No es que defienda que la amistad se mantiene por verse poco. Lo que quiero decir es que ser amiga, mantener a las amigas no requiere estar todo el día pendientes unas de otras. Sólo estar ahí y cuando nos encontramos no cuestionarnos ni juzgarnos. Cuando he sentido algún tipo de presión por parte de alguien, he salido huyendo.

Recuerdo una pandilla que tuve en los últimos años de carrera. Quedábamos para estudiar, para cenar, para salir de marcha, para pasar fines de semana en el campo, para viajar... Y si no quedaba con ellos, me asediaban a preguntas, me miraban raro. Salí por patas de aquel grupo, a pesar de que eran divertidos, buenas personas. Pero agobiantes.

Así que soy una puñetera tía rara y antisocial. Aunque en realidad ese no es el motivo por el que no me haya acostado con ninguna mujer, o con Ana, en aquella época. En realidad me da un corte espantoso. Con los hombres puedo ser más chula que un ocho. Con las mujeres siento una absoluta y desasosegante inseguridad.

lunes, 9 de febrero de 2009

Lo más complicado


Con mi primer niño tuve, sin querer reconocerlo, una depresión posparto, que es la cosa más asquerosa que se pueda tener. No quería reconocerlo porque cómo-me-iba-a-pasar-eso-a-mi. A Doña Perfecta. Yo quería ser la mejor mamá del mundo, pero la depresión -que no sabía que era tal- me duró casi un año. Fue un verano repugnante. En mi piso daba el sol de poniente y yo sudaba como una cerda. Daba de mamar al bebé y leía libros. No le miraba mamar, leía. Devoraba libros. Veía películas mientras le daba el pecho. No le miraba.

Quería quererle con locura y sólo a veces lo lograba. La mayor parte del tiempo me moría de angustia. Miraba el reloj, sólo veía cuestas, sudor, llantos sin saber cómo enfrentarme a ellos. Y el pobrecito lloraba como cualquier otro niño, lo normal. Salía a la calle, pasaba horas paseando, empujando el cochecito. No me miraba en el espejo, estaba gorda y tetona. Era un pozo de autocompasión y culpa.

Como soy tan burra nadie supo lo que me pasaba, me tragaba la ansiedad y la disfrazaba de mal genio. Y como todos saben cómo las gasto, nadie se daba cuenta. Ni siquiera yo misma. Ni siquiera mi niño, porque la culpa me hacía comermelo a besos, aunque a menudo sentía que no me salían del corazón. Qué horrible sensación.

Luego se sale. Las hormonas vuelven a su sitio, la razón se aposenta. Dejas de mirar el reloj y de pensar en el llanto. Los besos salen sin esfuerzo, se te saltan las lágrimas de ver lo bonito que es, un año después de parirlo... Y viene lo más complicado. Ser mamá.

jueves, 5 de febrero de 2009

Callejón

El piso del Callejón. Era tan chulo que hasta canción tiene. Tan chulo como nosotras, las que allí vivimos dos años. Antes fue pensión. En el cajón de la mesita de noche de mi cuarto había anotaciones escritas de gente que pasó allí alguna noche. Legionarios, marineros, tenía magia aquel piso.

Y era cutre como sólo un piso de estudiantes se merece. Cutre la calle -el callejón- donde se situaba. Cutres los muebles -ese sofá desvencijado-. Cutre la cocina, misérrima, con una lavadora asesina y una nevera que se descongelaba sin avisar. Cutre el patinillo interior donde tendíamos y donde el vecino cutre del segundo se fumaba los porros. Cutres los descansillos, los buzones, el porterillo automático. Cutre el váter, que era un cuartucho donde sólo estaba el váter. Te sentabas allí y era un muermo, no había nada que mirar, solo la puerta. Cutre la ducha, aparte del váter, en otro cuartito, que se atascaba cuando nos lavábamos la cabeza.

Pero también era soleado. Lleno de sol -excepto la cocina mugrienta (nosotras éramos muy limpias, eso si). Lo decoramos con muchísimas chalauras. Pósters, dibujitos y pamplinas variadas. Daba gloria pasearse por el pasillo y detenerse a mirar los dibujitos y las pamplinas (la mayoría de las pamplinas las pegaba C.).

Cada una tenía su cuarto, su taza del desayuno, sus manías, su gel de ducha, su rutina. Todas compartimos noches largas de confidencias, todas aguantaron mis malos humores y mi genio. Seguimos en contacto, nos vemos con cierta frecuencia y siempre hay risas y charlas sin parar. Son mis niñas y yo soy una más.

Hubo fiestas memorables con gente memorable. Hubo teatro. Ensayos generales. Cachondeito. Gente rara que llegaba sin avisar. Bromas. Algunas bromas muy pesadas. Broncas con los vecinos pijos del segundo. Pasó por allí tanta gente... deberíamos tener una placa conmemorativa.

Y hubo Carnaval.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Vulpes

Me encanta ser una zorra para E. y que me lo diga. Me encanta esa voz con la que pronuncia la palabra zorra y me regodeo. Me resbala un hilillo de baba, ese que a veces me quito con el pulgar y otras lo dejo secarse -en función de lo obnubilada que esté-.

Me gusta ser tan zorra y calentarme incluso con las cosas tan terribles que me expone. Tan terribles. Tan terribles.

domingo, 1 de febrero de 2009

Un número redondo


Los números redondos deben celebrarse con un buen enculamiento. Sin medias tintas (como dice Él). Sin ñoñerías (como digo yo). Sin reparos, sin dudas, sin piedad, sin disgresiones, sin rodeos.

Un enculamiento como Dios manda. Grupa erguida -esa grupa que me miro y remiro en el espejo porque me gusta-. Grupa erguida y polla como un mástil. Gruñidos que no sé si son míos o suyos porque ambos son roncos y agónicos y ambos duelen y rebosan de placer.

Un empalamiento como Dios manda y Él quiere, yo quiero. Para celebrar números redondos que dicen buenas cosas de los dos.

Follaremos como cerdos.

10.