jueves, 19 de marzo de 2015

Leyendo (libros de mil páginas)

Adoro tener entre manos un libro de seiscientas o más páginas; a mucha gente se le atraganta pero para mi es un plus, ese libraco que me espera al lado de la cama y junto a que suspiro pasar un rato antes de dormir. Adoro pasar páginas y comprobar que faltan muchas para el desenlace. Adoro el peso de los libros gruesos; ni comparación esa molestia gustosa entre las manos a la sosería del libro electrónico. Yo a veces leo en libro electrónico pero no hay color.

Adoro las buenas, largas historias. Cuando hablo de mi amor por esos libros gruesos me refiero a novelas-río, a sagas interminables, a novelones de aventuras y de fantasía, y a los viejos clásicos que nunca defraudan. Terminé hace días El jilguero, que me ha durado mucho como debe ser. Dicen recuerda a Oliver Twist, una de las primeras novelas largas que leí. Son recuerdos maravillosos, el pobre Oliver, el atractivo Conde de Montecristo, la desgraciada Fortunata. Ah, y los mohicanos, qué tristeza.

Yo me agarro a los libros de forma visceral. Si mientras lo hago, ellos me atrapan, me dejo hacer lo que deseen. Pero si son un bluff, un quiero y no puedo, una decepción, entonces, los guardo para otro día. Tengo libros que duermen y esperan que alguna vez vuelva a ellos. Otros están desterrados para siempre porque, desde la tercera página, no me despertaron pasión. Soy casquivana, los uso y los mantengo a mi servicio, olvido a los que no me sirvieron bien.

Ahora he empezado otra de romanos, da gusto volver a ellos de vez en cuando, volver a encararse con las venerables movidas del Imperio; no ofrecen literatura de postín pero no se si saben que eso me importa un bledo. Una traición bien pergeñada, el relato trepidante de una carrera de cuádrigas, intrigas y maldades variopintas, para mi eso no tiene precio. Son unas mildoscientas páginas y pesa lo que no está escrito.

Suspiro de amor.

jueves, 5 de marzo de 2015

Mi absurda filosofía del amor

Llevo más vida enamorada que sin estarlo. Podría calificarme como muy enamoradiza, si ese término no sonara tan frívolo. Podría sonar a coñazo supremo si entendemos estar enamorada como un estado de memez perpetua. Pero no creo ser tan tonta. Un poco sí, la tontería de las ingenuas; para estar permanentemente enamorada, hay que ser muy ingenua.

A mi me deprime mucho la gente a la que le cuesta enamorarse, la gente que va de durita. Para mi es tan sencillo que ya digo, puedo pecar de frívola o de insensata. Más aún me deprime esa gente que, llegada una edad y una pareja, declara vivir en un estado de tranquilidad -o pasividad- emocional. Esos que dicen que ya no volvieron a vivir el amor apasionado y ese rollo. Son como muy prudentes.

Yo soy muy prudente, cierto, pero no en temas de amor. Ahí yo siempre me he tirado de cabeza y sin red. Quitándome lo bailao. He conseguido buenos chichones y también buenas historias para contar frente al fuego -o al menos, para recordar antes de dormir-. También he aprendido a reírme un poco de la nostalgia, de lo que ocurrió y no volvió y de todo lo que nunca pasó. Es bueno reírse del amor.

Hace poco escribía sobre mi primer amor pero era mentira porque me enamoré por primera vez con siete años -era rubito y sale a mi lado en una foto de mi comunión. Era amor de verdad, un amor de renacuaja pero las sensaciones de flotar y levitar, sentir el sabor dulce en la boca, adorar canciones, cualquier canción, soñar despierta, olfatear las flores de naranjo como un milagro, mirarse al espejo, verse hermosa, todas esas emociones que reconozco tan bien aparecieron con siete años y, benditas sean, casi nunca desaparecieron. ¿Es o no es de ingenuas estar siempre así?

Soy una heteroamorosa. Soy incapaz, hasta ahora, de enamorarme de mujeres (otra cuestión es que las desee). Se diferenciar entre deseo y amor, aunque suelo llevarlos muy de la mano, realmente no me gusta desperdiciar ninguna ocasión emocional. También soy poliamorosa, se desenamorarme y volverme a enamorar, amar y desear dejar de hacerlo. No me gusta llorar de amor y menos aún me gusta enamorarme ciegamente (dejemos esas movidas atrás), tampoco me gusta ya ese estado de gilipollas que supone el encoñamiento. Yo ya se enamorame sin encoñarme. Son logros de la edad.

También me he enamorado después de fracasar, he hecho eso tan mal visto de a rey muerto, rey puesto, yo es que soy muy práctica y no me gusta sufrir por amor, es una especie de pérdida de tiempo y un insulto a la vida. Las sufrientes de amor yo es que no las soporto, no hay ninguna grandeza en amar a quien te desaira y es de ser muy desconsiderada con una misma y una pesada con los demás.

He tenido mis épocas cargantes y me he enamorado de gilipollas y de héroes, de utopías, amores breves y amores de largo recorrido, incómodos y huidizos, algunos destinados al fracaso desde el primer encuentro, absurdos, lentos y exasperantes. Pero otros han sido ciertos, veloces y a la vez formidables. Excepcionales. Desmedidos. Sin medida. Esos, que no acaben. No quiero, realmente, llegar a vieja y ser una  cutre.




lunes, 2 de marzo de 2015

Más sobre feminismo y BDSM

Leo este artículo en el Huffington Post y a continuación los airados comentarios que le hacen a la autora en twitter. Los comentaristas no entienden que se pueda ser sumisa y feminista a la vez pero es que el título lleva a engaño, porque la autora describe la relación que mantiene con su Amo pero apenas explica por qué es feminista; emplea, además, un tono lírico, ese de sumisa-muy-enamorada, que no ayuda demasiado a empatizar con ella si eres desconocedor del BDSM.

Narrar una relación BDSM en un tono poético no ayuda a explicar qué hay de feminismo en ella. Hablamos de amor, de cuánto nos subyuga el Dominante, de adoración y blablabla y ya estamos describiendo un vínculo de dependencia. Lógicamente en tales términos no podemos justificar una historia BDSM. En este blog siempre lo hemos dicho.

También hemos dicho que para embarcarse en una relación BDSM hay que ser maduro, sensato, hay que tener todos los frentes cubiertos, ningún miedo, complejo, nada de baja autoestima ni necesidad de ser aceptado. Hay que ser independiente en afectos y estable en emociones. No se puede buscar un príncipe azul, nadie que la salve a una, nadie que me ofrezca una vida que no pueda una solita conseguir. Y hay que ser feminista.

Es fácil defender el sexo en un contexto BDSM desde una perspectiva feminista. El dejarse utilizar como un objeto carnal es una opción sexual elegida libremente que me estimula y me provoca placer. Es un sexo que se habla, es un juego pactado, atado y bien atado (nunca mejor dicho). Sensato, seguro y consensuado, ya saben, que en mi forma de interpretarlo no tiene ambigüedad alguna. Ni tampoco pierde espontaneidad ni diversión.

El problema se me plantea para explicar de manera feminista otros aspectos del BDSM como el control y la servidumbre. Desde una perspectiva de juego sexual es fácil dejar que el Dominante controle la ropa del día, servir la comida puede ser un estímulo más en la relación que no interfiere en mi feminismo, dado que cumple con el objetivo de proporcionarme placer y excitación, está pactado con mi pareja y lo elijo libremente.

Pero, ¿y en un marco 24/7? ¿en un contexto de dominación/sumisión cotidiana, en una pareja estable y amorosa? Una historia más o menos como la que cuenta la sumisa del Huffington Post. ¿Hasta qué punto el amor por el Amo se convierte de dependencia y hasta qué punto el miedo a perder un vínculo tan fuerte y apasionado lleva a olvidar las elecciones libres y consensuadas?

Desde mi punto de vista para establecer un compromiso con tu pareja de tipo BDSM y con aspiraciones a 24/7 la idea del fracaso debe rondar constantemente. No en plan pesimista, no en plan, "esta historia no puede acabar bien". Entendamos el concepto "fracaso" como "probemos esta forma de relacionarnos y si no nos va bien, no pasa nada". Quitarle trascendencia (que no profundidad) al asunto, vaya.

Desde ese planteamiento yo entiendo ser feminista y sumisa (o incluso, esclava, esa palabrita tan molona y excitante). Un proyecto de pareja no finalista, como siempre digo aquí, usar el BDSM como medio y no como objetivo. Así, aquello del BDSM que teóricamente colisiona con el feminismo (el control, la servidumbre, la adoración) puede seguir siendo un instrumento placentero que se deja cuando ya no proporciona placer. Si esto ocurre (que, tarde o temprano, será lo más probable) no tiene por qué suponer el fracaso de la historia de amor; para la sumisa del Huffington Post puede que sí pero es que yo en su historia ya digo que leo mucha dependencia y poco feminismo. Allí donde ella dice que ser sumisa la transforma, la hace mejor, yo pondría: ser feminista me transforma, me hace mejor; como feminista, yo elijo la manera de ser feliz en el sexo y en mis relaciones de pareja y si, por un tiempo, la sumisión lo hace, bienvenida sea.