martes, 31 de marzo de 2009

Blindaje

Mañana es 1 de abril y aquí estamos blindados.

lunes, 30 de marzo de 2009

Estar en el limbo

Esta mañana llamé a uno de esos teléfonos de la Administración autonómica. Llamé siete u ocho veces hasta que alguien me atendió. Es decir, marqué el número siete u ocho veces. La respuesta de la funcionaria me sacó del limbo en el que llevo dos años. Redacté el escrito que debo redactar y llamé a mi prima. Mi impresora está caput y le he pedido que me imprima esa cortés carta que debo enviar urgentemente.

Asunto tonto pero es lo que tiene haber estado tantos meses en modo hibernación: calentar motores me pone catatónica. Hice la compra pasmada y de los nervios -puedo hacer las dos cosas de maravilla, pasmada y lela y con ataque semihistérico. Al final, puse a los niños un plato de comida-basura. Era incapaz, esta mañana, de ser madre perfecta. Bueno, preparé un tomate con aceite de oliva, para sentir menos culpabilidad.

Después he leído blogs de veinteañeras y he suspirado. Pensé en mi hermana, la que siempre será la chica, y sigo suspirando. Cuando yo estudiaba sentía la desesperación rondándome en cada esquina y la soledad, a veces. Sentía que así sería yo siempre y que nunca sería mejor que en esos momentos o que nunca sería peor que en esos momentos.

E. lo definió bien: Estabas deseando que te amaran. Más o menos me dijo eso, una mañana. Siempre, de jovencilla, de estudiante, me moría de amor no correspondido y soñaba en los autobuses. En aquel piso de Loreto emborronaba folios de poemas de amor desconsolados. Emborronaba folios de cartas de amor que a veces echaba al correo y otras se quedaron entre papeles. A veces encuentro alguna. Luego dejé de escribir.

Hasta que entré en el limbo y fui capaz de tomar distancias.

viernes, 27 de marzo de 2009

Fe

Esta entrada del blog de mi querida sondemar me ha saltado unas lagrimillas, siempre me pasa cuando música bella y sentimiento religioso se me ponen por delante. Es un hecho conocido. La música, ciertas composiciones, exaltan nuestro ánimo y nos llevan a la experimentación de sentimientos inefables, a mi, al menos, vivos sentimientos de fe.

En sexto de EGB tuve una maestra, Doña Carmen, que era de la vieja guardia nacional-católica. Aunque mi colegio era público, eran aún tiempos de segregacionismo sexual. Los niños en una clase, las niñas en otra; incluso estábamos separados en el patio de recreo por una ridícula linea imaginaria.

Una mañana, junto al cura que nos daba Religión, la maestra Doña Carmen exclamó a toda la clase: A ver, yo me enterado que hay niñas aquí que no comulgan ni van a misa los domingos. ¡Que levanten la mano esas niñas!. Levantamos la mano un grupito de cuatro o cinco niñas acongojadas. Las levantamos un poquito, a ver si pasábamos desapercibidas. Doña Carmen, ya medio histérica, nos increpó: ¡Pues que sepais que estais en pecado mortal!. Y el cabronazo del cura asentía.

Pasé muy malas noches, aquellos días, tras la bronca. Si me moría en medio de la noche iba al infierno. Aún así, no fui a misa. No estoy casada por la iglesia, no he bautizado a mis hijos. Aún así, tengo fe. Fe cristiana, quiero decir. Creo en lo típico y , para mi, lo más bello: Cristo, los ángeles, la Virgen. Es una fe probablemente pueril e ingenua, muy de niña chica. Me da igual. Quiero creerlo así. Creo en otra vida y en mis abuelos allí, al otro lado. Creo en esas cosas bonitas que aprendemos de pequeños y transmiten bondad, amor, esperanza. Me pongo cursi y llorona, es en lo único que me permito la ñoñería, ese tema, tan íntimo. Pero deseaba escribir sobre ello.

jueves, 26 de marzo de 2009

Madrid siniestro


Fui a Madrid con siete años, con mis padres y mi hermanita. En literas, que me pareció la forma más cutre de viajar. Yo siempre fui muy sibarita. El viaje de ida no dormí, me tocó la litera de abajo y me moría de calor. Eran seis literas por vagón, así que dos viajeros desconocidos tambien iban con nosotros. Uno roncaba. Qué cutre. Pero a la mañana siguiente nos ofreció milhojas y sentí mucha ternura por él.

En Madrid nos alojamos en un hotel siniestro de la calle Fuencarral. Tenía techos altísimos y un cuarto de baño enorme y antiguo. El suelo era de baldosas verdes. Qué raro era. A mi madre no le gustaba el café del desayuno, decía que estaba aguado. Mi hermana dormía a mi lado, como siempre; la ventana daba a una calle fea a morir.

Mi padre iba a entrevistas de trabajo. También aprovechamos el viaje para que a mi hermanita la viera un oculista muy reputado. Y, por supuesto, hicimos turismo. Tengo fotos. Siempre mi hermanita conmigo, vestidas iguales (aggg), muy recompuestas pero con aire moderno. En aquel viaje estrené gabardina y unas botas chulísimas.

Fuimos al Zoo, claro. Al Prado. A dar el paseíto en barca en el Retiro, tengo fotos, mi madre con cara de mareo. Comíamos en restaurantes y aquello era lo mejor. Una noche cenamos un sandwich de cuatro pisos!!!! Las dos hermanas éramos muy modositas y siempre nos comportábamos en los restaurantes. Aunque con el sandwich de cuatro pisos nos hartamos de reír.

Madrid me pareció una ciudad siniestra, gris y antipática. El metro era deprimente. Pero lo peor, lo peor del mundo, fue visitar el Museo de Cera. Aún hoy casi no puedo escribir sobre ello. Aún llevo a cuestas aquel terrible trauma: figuras de cera de los personajes más horrorosos y demenciales. Estuve noches enteras sin dormir, y para colmo, las primeras tras aquella experiencia, en el hotel lúgubre de Fuencarral.

He vuelto de mayor. Dos veces casi de paso, una tercera me quedé varios días. Aunque me sigue agobiando tanta calle larga y saber lo lejos que queda el mar, ya no me parece tan siniestra. Claro que Fuencarral y el Museo de Cera son dos lugares que nunca volveré a pisar.

miércoles, 25 de marzo de 2009

Una avión que vuela alto por el cielo azul

Todos los domingos de primavera, todos -a no ser que lloviera- íbamos al campo. Fue una buena costumbre familiar hasta que la abuela Paca estuvo demasiado viejecita. La abuela, el abuelo hasta que murió, las titas, los titos, los primos, mis hermanas, mis padres. El cuatroele verde de mi tita, el ochocientos cincuenta de mi padre, el ford de mi tío. Mesas de playa, sillas de playa y una butaca para la abuela. Comida. Comida para el aperitivo, para el almuerzo, para la merienda. La que preparaba la abuela era la mejor. Hubo una época en que mi abuelo se empeñó en llevar la tele (!!!!) para que sus nietas favoritas -mi hermana y yo- no se perdieran la serie del domingo. La tele se conectaba a la batería del coche y aquello parecía la salita de casa.

También campeábamos. El abuelo era campurriano a tope. Buscabamos palitos para hacer una fogata -tiempos en los que se hacían fogatas en pleno campo-. El abuelo se hacía una cama de helechos para la siesta-tiempos en que se cortaban helechos con desparpajo-. Íbamos a la fuente a por agua. Sorteábamos un río, yo a duras penas porque soy torpe para triscar por las piedras. Por la tarde, mi hermana y yo nos tumbábamos junto al abuelo, al sol, para hacer la digestión. No hablábamos y era casi el mejor momento: escuchar la gente a lo lejos, oler la hierba, mirar bichitos, contemplar el cielo azul.

Siempre me llevaba libros los domingos de campo. Leí las Leyendas de Becquer bajo los alisos del río. El Monte de las Ánimas es más sobrecogedor sentada en un bosque-galería que susurra. A veces también me llevaba las tareas del colegio y eso era bastante indignante. Pero no todo iba a ser perfecto, un domingo de campo. Las tareas y el Carrusel Deportivo en la radio a la vuelta, cosas que deprimen al alma más templada.

Con quince años me obsesioné -y me imaginé enamorada- de un niño que vivía en el campo. Su familia tenía un lejano parentesco con la mía, a veces pasábamos por su casa y estábamos un rato. Yo le buscaba con timidez. Era morenito y alto y tenía unos preciosos ojos negros, muy brillantes. Era desaliñado, como todos los niños que se crían en el campo. Me parecía muy hombre. Montaba a caballo, pero no como montan los niños pijos. Montaba como un hombre de campo, con manta, sin florituras, de faena. Encontrar a aquel niño, aunque solo para verle cinco minutos, me bastaba para pasar una semana de ensoñación.

Acuarela de Toquinho me recuerda a él.

martes, 24 de marzo de 2009

También en primavera


Me bulle la sangre, a mi y a muchas criaturitas de este mundo divino. La mente se me hace sexo o el sexo se me hace mente. Son tres meses. Tres meses oliendo las flores de guisante que crecen en mi huerto y oyendo a los abejorros. El sonido del abejorro es claro precedente del bulle-bulle de mi cuerpo.

Estaba viendo una película preciosa hace un momento. En el séptimo cielo, se llama, pero no he podido acabarla. Trata de sexo entre ancianos, de amor entre ancianos y también de infidelidad. No se cómo acaba y ahora mismo no deseo saberlo.

Estoy leyendo Revolutionary road (Richard Yates, 1961), antes de ver la película, por supuesto. Como es normal en mi maniático ser, ya se casi cómo acaba -leí a hurtadillas la página final y algo que se coló en una crítica de cine, en el periódico-. Es magnífica, irónica, llena de ácido humor y a la vez, triste y sin esperanza.

Los días pasan rápido cuando sexo y mente andan revolucionados y confundidos y bendito sea.

lunes, 23 de marzo de 2009

En primavera

El viernes hizo un día espléndido. Di un paseo con mi hijo pequeño, nos pusimos mangas cortas por primera vez, este año. El mar a un lado y yerba al otro. Flores, vinagrillos y margaritas. Olía a campo y a sal. No hacía viento y picaba el sol. Miraba al niño jugar y me sentía serena. No se cuánto me durará.

Más tarde encontré a E. y conversé un buen rato con Él. Seguía serena y aprendí nuevas cosas. Aprendí que quitarse tres letras encerradas en un par de llaves no es más que eso, quitarse tres letras. Mi voluntad permanece.

Igualmente volví a encontrar la grandeza de E., el trato delicado y generoso que me dispensa, su cariño, su bondad, su callada nobleza.

martes, 17 de marzo de 2009

Editar: el hombre importante

J.L. murió ayer. ¿Que edad tenía? En las fotos no sale viejo, calculo que rondaba los sesenta, aún trabajaba, murió en su despacho, de un infarto. Qué triste. En el periódico dice que fumaba mucho, y yo lo recuerdo, fumaba mucho.

Era un juerguista. Las veces que le encontré fueron de fiesta. Fiesta de Carnaval. Fiesta de la Primavera. Aquella copa de despedida en La Manzanilla. Esa fue la última vez, éramos muchos en la taberna, estábamos felices, yo eufórica. Le entreví aparte de mi grupo porque él era un invitado y mi grupo era el protagonista de la fiesta. Él aparte, una mirada y un saludo a lo lejos. Más tarde, cuando se fue, dos besos amistosos. Fue hace casi veinte años. Quizás tenía ayer más de sesenta.

¿Qué se debe pensar, sentir cuando un viejo amante se muere? El que he tocado, el que he besado, aunque solo fuera una noche, unas horas. Pero fueron horas dedicadas a él. Fueron exclusivas, me reí con sus historias y le gasté bromas sobre su importancia. Le escuché con atención, pensé en él a menudo aquel año, pensé en él a veces a lo largo de este tiempo. Fue mi amante, unas horas, y algo le debo. Horas felices, horas en que me sentí única, horas de placer.

Buen viaje, viejo amante.

viernes, 13 de marzo de 2009

Mi amiga del instituto


M.M. fue mi amiga en primero, segundo y tercero de BUP. Nos hicimos amigas corriendo, nos encontramos como dos corderitos desvalidos en aquella clase de cafres de primero. Las dos éramos pavitas, responsables y calladas, aunque lo suficientemente espabiladas para no dejarnos avasallar. Yo sacaba mejores notas y ella era más estudiosa.

Algunas tardes salíamos de paseo y nos sentábamos en una cafetería a tomarnos una cocacola. Las dos estábamos amargadas con la profesora de Inglés -nunca perdonaré lo hijoputa que era-. También nos quejábamos de lo duro que era el de Matemáticas, a ella las Matemáticas le costaban bastante, aunque siempre aprobaba. También aprobábamos el Inglés.

En tercero perdió a su hermano. Algunas veces se quedaba ensimismada, pero se recuperó, aparentemente. M.M. siempre ha sido una mujer positiva, cuando ríe se le achinan mucho sus ojos achinados. M.M. ríe mucho.

En COU nos separamos. Yo me fui a Sevilla, cuando volví ella empezaba Magisterio, yo me fui a Cádiz. Se echó un novio muy mayor, se casó y tuvo dos hijos cuando yo aún ni pensaba en ello. Pasé muchos años sin saber nada de ella. Sentí que no teníamos ya nada en común.

Desde hace un par de años la encuentro en los lugares más dispares. Siempre echamos largas parrafadas. Está más gordita, la misma cara linda, los ojos achinados, unos dientes preciosos. Se cortó su pelo largo y rizado, no me gusta cómo se peina ahora porque parece mayor. Hablamos de nuestros hijos y siempre nos reímos mucho. La última vez le di el número de mi móvil.

Cuando la encuentro siempre me hace sentir bien. Es como pisar tierra, M. M. es tierra llana, caliente y despejada.

viernes, 6 de marzo de 2009

Joyas literarias juveniles


Tengo un tesoro. Están guardadas en una caja grande y aunque no tengo la colección completa, poco me falta. La primera me la regalaron con unos siete años y cada vez que iba a las tiendas donde sabía que las vendían, hacía méritos para que me compraran más. Los Reyes Magos también se las apañaban para traerme varias.

Están muy manoseadas pero en buen estado. Algunas más manoseadas que otras. Las hemos leído las tres hermanas y ahora las lee mi hijo mayor. A veces releo alguna yo también. No podría elegir mi favorita. Todas las de Julio Verne. Miguel Strogoff. La alucinante Héctor Servadac. La historia de amor de Sandokan, el bravo Tigre de Malasia. Todo Emilio Salgari, el desgraciado Corsario Negro. Los Misterios de la Jungla Negra con los aborrecibles tugs.

Polly, corazón de oro. Todo Mark Twain. El decidido Pip de Grandes esperanzas. La valiente familia de El Robinson suizo. La pareja casi de hecho Old Shatterhand - Winnetou, siempre invencibles. La ambiciosa Ella, qué guapa me la pintaban.

Qué magníficos dibujantes. Aunque debo decir que me gustaba retocar los labios y a veces las uñas de las damiselas. Con el boli rojo, menudos labios les pintaba. Me fascinaban las aventuras donde la heroína se hacía pasar por hombre, como en El león de Damasco o en El soberbio Orinoco. En un descuido, zas, se les caía el sombrero y se les soltaba la preciosa melena.

Juan/Juana. El Capitán Tormenta. Dorrit. Jo March. Lady Mariana. Estela. Nadia. Alice y Cora Munro. Elena Campbell.

jueves, 5 de marzo de 2009

Lo que leo


Tengo varios libros sin terminar, demasiados. La mesilla de noche se me cae cualquier día. A veces tengo esos arrebatos de caos y no acabo libros. Además, tengo la insana costumbre de leerme los finales. Igual que Harry, de Cuando Harry encontró a Sally. Aunque yo no soy tan neurótica. Creo.

Ahora tengo entre manos La Liga de los Hombres Extraordinarios. Tenía tantas ganas de pillarla. En su día vi la nefasta versión en cine. Espero que Watchmen no sea otro desastre. Ya vi el trailer. Producto de lujo y parece ser que fiel al original, pero he visto exceso de cámara lenta.