lunes, 27 de junio de 2011

Golondrina


Ha entrado una golondrina en mi casa. Es una golondrina adolescente. Tiene el pechillo pardo y la cola corta. La pobre está asustada y no da pie con bola para salir. Si me acerco se asusta más así que he optado por dejarla a su bola. Confío en que salga, tengo todas las ventanas y puertas abiertas.

De pequeña tuvimos un gorrión en casa de mi abuela. El típico gorrioncejo que se cae del nido y no atina a encontrarlo. Le dábamos pan mojado en agua, el tío tragaba y tragaba. Y también le dábamos pera. Le pusimos Pichi, como el gorrioncito de Heidi. Era un amor.

No tengo mascotas pero para qué. En mi casa hay arañitas. Nunca las mato, las dejo al libre albedrío. También se me cuelan salamanquesas. Hace un par de noches descubrimos una salamanquesa bebé en la entrada. Era una ricura de salamanquesa. El patio lo tengo lleno de ellas y suelen colarse en casa, a saber lo que haran. 

Ya veremos qué nombre le ponemos a la golondrina.

domingo, 26 de junio de 2011

Despacho

De nuevo tengo despacho. Dije que si, porque soy hiper-responsable. Pensé: si digo que no, pasaré un infierno de culpa. Y qué coño, el jueves, C., con la borrachera que las dos teniamos, me abrazó y me dijo, ay qué bien que aceptaras el cargo. Y las dos nos enzarzamos en una muy seria disquisición sobre lo buenas profesionales que somos y el estupendo equipo que formanos -la vanidad hervía en el ambiente-.

Ahora pienso que me gustaría decorarlo un poco. El despacho anterior, ese que tuve hace cuatro años, lo tenía soso y desangelado, lleno de papeles y sin pizca de personalidad. C., cuando se hizo jefa, le dio a su despacho un toque maternal sublime -porque C. es hiper-madre-. Puso cortinas, retratos de sus niñas, una monada todo. Yo debería poner también cortinas a mi nuevo despacho o algo así, pero ya digo que soy rematadamente sosa -e hiper-profesional-.

Conclusión. Vanidosa conclusión: las directivas en mi trabajo somos todas madres de niños pequeños y no nos asusta echarnos encima más cargas. Podemos con todo -hasta con la decoración-. Los tíos se han escaqueado de los puestos de responsabilidad. Allá ellos.

miércoles, 15 de junio de 2011

Ponerle letras a un orgasmo

Leí este artículo de El País Semanal del tirón. A mi El País Semanal me dura la semana entera. El domingo le pego un repaso general y cada mañana, en el desayuno - largos y lentos desayunos de las 7 de la mañana, porque me levanto media hora antes sólo para poder desayunar tranquila-, cada mañana me leo uno o dos artículos. Me dura la semana entera.

A menudo me salto artículos tostón, últimamente El Semanal viene más tostón de la cuenta. Pero este de los orgasmos me lo leí el mismo domingo. Lo cierto es que los artículos de temática sexo me los leo siempre el primer día y del tirón. Soy una ob-sexa.

No trae nada nuevo, aunque la historia del principio me encantó. Las fotos sí, son chulas y hasta entrañables. La gente mientras se corre -tan indefensa y tan feliz- tiene un punto brutal de ternura. Da un poco de verguenza mirarlos, es entrar en un momento íntimo. Ves cuánto de falso tienen las corridas pornográficas y ves cómo cada corrida real es diferente y personal, cúanto nos parecemos y qué diferentes somos. Y sobre todo, lo imposible y lo ridículo que resulta ponerle palabras a un orgasmo. Por eso son tan aburridas las novelas eróticas. Si alguna vez intento hacer una descripción de un orgasmo, que me caiga el cielo sobre la cabeza.

lunes, 13 de junio de 2011

Roche


Ahí abajo apareció una cala por sorpresa. Un baño en ese mar me ha quitado los restos de la fiebre y el sudor de la semana.

martes, 7 de junio de 2011

Decumanus


No me gustan los museos arqueológicos. Me abruman las colecciones de piedras, de estatuas, estelas, sarcófagos, de relieves e inscripciones. Llegas a un museo arqueológico y la Historia se te cae encima. Antes, cuando estudiaba, iba a los museos empeñada en verlo TODO y estudiarlo TODO. Una catetada. Y como lo analizaba TODO acababa trastornada y con dolor de cabeza. La Historia a mis espaldas. Estatuas tan silenciosas y siniestras. Y tantos museos siniestros.

Ahora cuando viajo intento evitar los museos del tipo "aquí se guardan todos los restos excavados y sacados a la luz". Me llevas a una pinacoteca y soy feliz y te puedo hasta llorar de la emoción. Pero no me lleves a ver piedras entre paredes porque me deprimo. Soy así de simple.

En cambio, me plantas ante ese soberbio decumanus maximus, con el levante dándote latigazos en la espalda y con el Atlántico al fondo y ahí si me rindo. A los pies de un pasado no muy diferente a nuestro presente, al menos en esta tierra, y a los pies de la sombra de quienes pasearon por ahí.

Hubo un terremoto, hace muchos siglos. El enlosado de la vía está aún roto y deformado por el temblor de tierra. Pisas ahora por ahí y piensas en cuánta gente pisaba diariamente, iba al macellum, charlaba en el foro, chismorreaba en las tabernae. Hay un teatro pequeñito y resultón, te imaginas a la plebe -casi paisanos míos- desternillándose con la comedia de moda. Tan lejos y tan parecidos.