jueves, 27 de junio de 2013

Sexy Feria




Estaba ahí plantada frente al Toro Loco la mar de entretenida y me percaté de las tetas de la chavala. Esa que está pintada bajo el letrero y que se supone es una cowgirl. Primero me fijé en el retrato de Clint, claro. El toque cinéfilo chuli. Llevaba un rato esperando y harta de verle el careto a Clint cuando vi a la de las tetas  de la derecha y entré en bucle.

Yo de chinorri le tenía pánico al Tren del Terror. Joder con los tipos que pintan esas atracciones, la imaginación que le echan. De chinorri no soportaba mirar al Tren del Miedo porque yo siempre he tenido la mente calenturienta en el mal sentido y acababa con pesadillas. En el Tren del Susto siempre te ponían gente degollada, guillotinas y péndulos de la muerte y tipos aullando. Era muy desagradable.

Pero los tipos cachondos que pintan las atracciones de feria yo creo que no se pueden resistir a las tetas. En la Montaña del Terror siempre pintaban -y siguen pintando- pibas despelotadas que lo pasan mal. Yo, con pongamos once años, no les quitaba ojo. Y claro, estas cosas son las que te marcan. Entre el Drácula y el Hombre Lobo de turno te colocan a la Damsel in distress convenientemente atada, azotada y magullada. Observen a las dos mendas de la foto de abajo. Una con el ojo saltado que te mueres del susto. Y el tipo verde y asquerosito dándole caña. Y cadenas. Es que ves eso de chinorri -si eres una chinorri con dosis de lubricidad como era yo- y te vas a dormir esa noche hecha un lío. No sabes si mola o no mola -no el ojo saltado, que da mal rollito- pero esas tetas y las cadenas y ... para qué coño pintan cosas así, me pregunto.



lunes, 24 de junio de 2013

Cinco y media de la mañana

A veces me despierto a las cinco y media y ya hay gaviotas chillando. Entonces siempre, siempre recuerdo las mañanas en que me levantaba a esa hora para ir a trabajar. Los cinco veranos en que trabajé de eventual en una gran empresa y madrugaba cuando tenía el turno de mañana. Es un coñazo pegarse el madrugón pero luego casi se alegra una. Huele bien y esta todo por hacer.

Mis cinco veranos de eventual fueron cinco veranos diferentes y hasta podría llamarlos emocionantes. Aprendí mucho, yo, esos cinco veranos y gané dinerito que me pagó la carrera. Pagaba bien aquella empresa que ya no existe (o le cambiaron el nombre) con sus pluses por nocturnidad y horario intempestivo. Mi cuenta bancaria era la envidia de mis amigas de veinte años, aunque en contraprestación, aquellos veranos yo apenas iba a la playa ni me corría muchas juergas.

Cada verano me mandaban a una sección diferente y era una oportunidad para observar aquellos microcosmos tan apasionantes. Los eventuales llegábamos como aire fresco a oficinas llenas de cuarentones aburridos y, aunque pertenecíamos al escalafón mas bajo de la empresa, en aquellos dos meses, reinábamos como dioses. Sobre todo las chicas. Que éramos pocas pero muy putas. Era, os lo aseguro, un auténtico placer contemplar a aquellos machirulos pelearse por nuestros favores. Convidarnos a café, llamarnos con apelativos cariñosos ("rubia", "cielo"), insistir en lo guapas que íbamos aquella mañana. Por supuesto nos reíamos en sus barbas y nos aprovechábamos de nuestra simpatía para raspar minutos a nuestra media hora del desayuno. O para escaquearnos de algunas tareas especialmente coñazo.

Aprendí mucho yo esos veranos. Conocí a racistas de manual y racistas solapados y advertí con miedo que es fácil caer en ésto último. Aprendí a  desenmascarar a pelotas y chupapollas. Aprendí a despreciar a jefazos engreídos. Conocí el aburrimiento atroz de un trabajo fijo y repetitivo y sin apenas valor humano. Conocí que a los trabajos sin valor humano se les puede dar la vuelta y hacerlos nobles (gracias a gente noble que también vive en esos ecosistemas). Aprendí lo que es caminar sobre la mediocridad y la tontería repetitiva (piropos, miradas obscenas, puñaladas, murmuraciones, hastío) y limpiarse las suelas al acabar la faena.

Conseguí cosas importantes aquellos cinco años: dinero, una amiga de ojos verdes que acabé perdiendo y un amor al que le pasó lo mismo. Y, al menos, la emoción de tenerlo todo por hacer de las cinco de la mañana.