viernes, 28 de agosto de 2015

Más sueños cortesanos

He vuelto a soñar que era una ramera, se ve que lo sueño cada tres años. Ha sido un sueño genial. Estoy todo el tiempo en un cuartito muy monacal, con sábanas blancas (me paso parte del sueño pensando que debo cambiar las sábanas pero no lo hago, como cuando sueñas que no puedes caminar y es un agobio). Soy la puta de un pueblo de mineros. No se si hay influencias oscurísimas de un Click de Manara que leí hace siglos. El caso es que tengo muy claro, en el sueño, que soy una currela más del pueblo y mi misión es satisfacer a los machotes que han acabado la faena del día.

Joder, ha sido un sueño fabuloso, pasan por mi cama al menos siete tíos, cada uno de su padre y de su madre y me pega cada uno un polvazo diferente. Mi temor en el sueño es que por la puerta asome un cabrón pero ná, los siete tíos que entran , a cada cual más diferente, se comportan como buenos caballeros folladores.

Todo muy profesional, que yo hasta cuando sueño soy muy capricornio. Era la fulana del pueblo de mineros y a cada tipo que entraba por mi puerta  le daba lo suyo. No aparece el dinero en mi sueño pero todo el tiempo se que es un trabajo. Lo hago con muchísimo gusto, ya digo que ser competente es mi lema. Así que todos se van muy contentos. Me ocurre lo mismo que en el sueño de hace tres años: disfruto sintiéndome la mejor puta del universo. La lástima es que en mi sueño, que ha sido bien largo, cada cliente aparecía bien definido, tengo la reminiscencia de diferentes cuerpos y gustos sexuales, pero al despertar ya se me habían desdibujado.

Lo bueno ha sido que he tenido siete orgasmos y desperté con ganas de más.

sábado, 15 de agosto de 2015

De vuelta en mi piso del centro

He soñado con mi piso del centro y como suele pasar, antes de despertar, justo antes, tenía la certeza de que todo era real. Que aquel piso existía aún y era mío. Soñaba y tenía por seguro con un refugio sólo para mi y veía un sofá junto al balcón y un dormitorio con cama gigante -y sólo mía-. Era mi viejo piso diferente, en mi sueño un apartamento de mujer blanca soltera. Diminuto. Autosuficiente. Chulísimo.

Soñaba que lo tenía escondido en mi memoria y lo recordaba de pronto. Entonces salía corriendo a meterme en él, o a cobijarme, tan ricamente. Y era como un oasis o un reposo del guerrero. Joder, durante todo el sueño, sabiendo que era y no era real, echaba de menos ese piso mío. Las sensaciones que vivía entonces. la evidencia de emancipación. Un anhelo de aventuras, hazañas, correrías muy locas.

Ahora mientras escribo y me esfuerzo por atraer la vieja nostalgia, creo que no lo echo de menos. Podría pasarme: añorar los cojines bien puestos, la tarde dorada tras las cortinas, una libertad de la hostia, cero excusas, cero deslices que disculpar. Lo que son los sueños. En realidad era un piso de mierda.

viernes, 14 de agosto de 2015

La ciudad escaparate

Me escapé a la ciudad escaparate y aunque suene a tópico intenté perderme por ella. Pero como soy tan eficaz y tan capricornio no lo conseguí. Coño si lo intenté pero perderse no es nada fácil. Y no soy tan imbécil como para culpar a los demás (hordas de turistas, esas hordas temibles). Sólo yo y tripadvisor tenemos la culpa: perderse resulta cansado y trajinar con el hambre de unos y la sed de otros. Y mira que había recovecos, callejuelas, placitas, fuentes encantadoras, tiendecillas ideales (tan veganas, tan solidarias, tan mainstream todas) pero no lo conseguí porque soy una cagada.

Me escapé y resultó ideal a pesar del sudor y mi miedo a perder el metro y que los demás se vayan sin mi y yo tirada en una estación cutre y solitaria. Ideal a pesar de mis manías con la comida y mi apatía con las fotos. Hice las fotos imprescindibles que apenas he compartido con tres personas (nada de face) y miré con desprecio a las hordas de turistas y sus selfies absurdos. Hasta deseé que algún capullo se cayera al mar. Fue una escapada ideal pero en ocasiones terriblemente hater.

Me escapé sin encontrar, me escapé y perdí los nervios que me ocasionan las maletas y las colas inhumanas, deseché los lugares a los que iban todos (al menos la mayoría) y no se lo conté a casi nadie. Un poquito aquí, al menos.

Me quedo sin fotos (diez, como mucho) y con la memoria de columnas esbeltas, la sorpresa de la playa, una plaza que me recordaba otras muy queridas, risas por torpe, risas de tanto mirar, la intención de perderme y casi lograrlo, cierta nostalgia, algo que nunca conocí.