lunes, 31 de agosto de 2009

El problema de las espinas de pescado


Quitar las espinas al pescado es un incordio. Las madres sólo quitamos las espinas a nuestros niños, cuando son pequeños. Se desmenuza muy bien el pescadito y se investiga para que no haya espinas odiosas. No pedimos a cambio nada, se hace de forma natural. Cuando los niños ya son grandes, dejamos de hacerlo por el tema de la autonomía personal y esas cosas. Y ya no le quitamos la espina al pescado de nadie, o sólo si hay que cuidar a alguien enfermo o incapacitado. También entonces se hace y punto, por puro amor.

Pongamos un caso hipotético. Pongamos que soy esclava de un hipotético Amo que adora el pescado pero detesta quitarle las espinas. Por lógica, su esclava está para eso, para quitar espinas con presteza y sana alegría... Ag, esa retórica de la entrega. Las espinas del pescado sólo se quitan cuando hay amor. De otra forma se hará a regañadientes y se esperarán las gracias al menos. Unas muchas gracias de todo corazón.

Pero eso no es de esclavas. Las esclavas deben adorar quitar las espinas del pescado de su Amo y no desear recibir nada a cambio. Eso dice la teoría. Y yo ahora soy una sumisa que perdió la práctica -no es una queja, no es una queja, no es una queja-. Detesto teorizar, elucubrar y suponer situaciones que quizás nunca sucedan.

Y aún así, me pasé la tarde especulando sobre el puñetero pescado y la espina que lo parió.

sábado, 29 de agosto de 2009

Aquel pirata de Granada capital


Como es natural hubo confidencias con mis amigas, el pasado fin de semana. Mi puñetera amiga ES me preguntó por Fran, aquel medio punki de Granada y fui y me puse colorada al recordarlo, a estas alturas, si casi ni me acuerdo de su cara. Me dio tanta verguenza y rubor que me revolqué en la cama meada de risa y tapándome la cara con las manos. Qué tonta del culo y qué pedazo de pava.

Así que les confesé a mis amigas que aquel chico me caló hondo, a pesar de que nos vimos cuatro veces, una en Cádiz y tres en Granada y a pesar de que apenas hablamos, que ni él era de muchas palabras y yo siempre fui una tímida de manual.

Guardo escalofríos suyos, el de su mano recorriendo mi espalda en silencio y sin venir a cuento. Es placentero recibir una caricia cuando delante tuya tienes al amor de tu vida camelándose a una rubia jipi-pija. Mi querido punki, que ni era guapo ni alto ni hablador, me produjo escalofríos aquella madrugada en Granada, en un colchón sobre el suelo, que quedaba tan radikal.

Por supuesto fantaseo con la idea de que él lea ésto. Es una idea que consuela mucho cuando sientes que has perdido palabras y que otras muchas se quedaron sin decir, en Cádiz, en Granada, en aquella calle Elvira. Querría que supiera que no me enamoré de él, porque estaba obcecada con aquel carismático vendedor de pulseras. Pero que sus manos recorriendo mi espalda, sus besos en el Campo del Sur aún me hacen ruborizar y me provocan, no sólo escalofríos, sino también una venturosa calidez en mi corazón.

Van, en su honor, los Tijuana in blue. Él tenía pinta de pirata.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Con mis amigas

He pasado un fin de semana con mis amigas en una pequeña ciudad turística y calurosa. Tres días, dos noches y horas de conversación. Luego, han subido las fotos al Facebook -gracias que existe, porque yo nunca hago fotos de los viajes- y las hemos comentado. El fin de semana ha seguido con nosotras.

A todas les gustaron mis gafas grandes y todas se las probaron. Coincidieron que me sentaban mejor a mi. Luego, C. me hizo una foto en sepia y nos hemos pitorreado como de costumbre. Nos hemos pitorreado de todo y de todas, unas a otras, como de costumbre. Seguimos igual.

Para los cánones de rigor, deberíamos ser malísimas amigas, ya que apenas nos llamamos -gracias de nuevo, Facebook-. Todas tenemos las acostumbradas preocupaciones y ocupaciones y las horas del día repletas. Apenas nos llamamos, no nos vemos casi nunca pero hemos hecho lo posible por reunirnos esta vez.

Creo que todas fuimos felices, esos dos días. Yo fui feliz, son mis amigas. Apenas las veo y, en unos instantes, en la estación, ya nos sentíamos como siempre. Nuestras bromas, nuestras confidencias, nuestras historias. Creo que ellas han sentido lo mismo que yo, y que se sienten afortunadas, igual que yo, de tenernos unas a otras.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Mi pelo hoy


Este es mi pelo hoy, tras una mañana de peluquería. O sea, tras una mañana de pequeños y reconfortantes placeres: el olor de tinte y el cabello suavemente impregnado, el champú y el agua tibia, las tijeras, ras, ras, el cepilo y el secador, las planchas, el toque final. Luego me he mirado en los escaparates y en los espejitos de Mercadona.

No voy con frecuencia y soy un desastre con mi pelo, aunque lo cuido y me embadurno a conciencia de mascarilla, sérum y todo lo que se pueda inventar. Mi problema es que no soy mañosa para arreglármelo. Mi otro problema es que el levante me riza el flequillo y me encrespa el resto. En poniente lo llevo mejor.

En varias ocasiones he llevado el pelo corto. Siempre lo hice por lo típico: renovarme, porque necesitaba renovarme por dentro y pensaba que cortándome el pelo a lo bestia lo lograría con mayor facilidad. Cuando me pelaba corto, salía de la peluquería feliz y sin parar de tocarme el cogote. Pero ahora me miro en la fotos y no me soporto. A mi cara cuadrada el pelo corto no le va. Parezco un tío. Una vez me hice una permanente, joder, eso ya no se lleva. La cabeza se me quedó como una olla y me llamaban Orzowei. Un tío, totalmente.

A E. le gustaba mi pelo largo. Me decía que si me cortaba el pelo lo hiciera sólo un poquito, únicamente las puntas. También era lo que yo deseaba. Me gusta llevar el pelo largo y echármelo a un lado. A E. también le gustaba que me lo recogiera en una coleta alta y no quería que me lo tiñera. Aunque si que me lo tiño, desde hace mucho tiempo.

Tengo muchas canas en las sienes. Mi abuela María tenía el pelo completamente blanco y yo me parezco a ella. Antes me ponía henna e iba de pelirroja. Ahora uso un tinte color chocolate oscuro. Mis hermanas dicen que debería aclararmelo, porque este color me endurece las facciones. Yo lo prefiero así. Jamás me pondré mechas claras, que me ahorquen.

Así que hoy toca pelo lisito, lisito, lo cual me tiene bastante presumida. Mañana, con este levante pesado ya se me volverá a rizar y si vuelvo a la playa, ya ni lo cuento. Pero hoy parezco Cleopatra y eso, encontrándome como me encuentro, ya es suficiente.

sábado, 8 de agosto de 2009

Días de playa


El año pasado fui menos a la playa y no se por qué motivo. Es curioso pero no recuerdo casi nada del verano pasado, sólo los quince días que pasé en Zahara. Es decir, recuerdo cómo me sentía el verano pasado, pero apenas recuerdo las cosas que hice. Me veo en mi patio. Me veo en el Parque. Pero no recuerdo las tardes que pasé en la playa.

Este año está siendo playero, pero no me pongo morena ni a la de tres. Voy siempre tarde, a partir de las seis y ya el sol pega bien poco. Pero es la mejor hora, la caída de la tarde, con la marea baja si hay suerte y la arena fresca. Me paseo por la orilla, me planto ensimismada frente al mar, me baño cuando el agua no está en punto de congelación, miro a la gente que pasa, los barcos, las olas.

En la playa mis pensamientos son primarios: todo se me reduce a olores, al color más o menos radiantemente azul del agua, cómo está de picada la mar, si me baño o no me baño, el tacto de la arena mezclada con el agua.

Estos días me cuesta pensar y a veces, hasta me cuesta hablar. Prefiero dejarme llevar por el primatismo y no hablar demasiado.