La segunda vez fue en Chiclana, una urbanización junto a La Barrosa y fuimos en el nuevo coche de mi padre, que seguía siendo pequeño, de nuevo por la N-340 y con una pata de jamón junto al asiento de atrás. Pero qué catetos somos, papá, le decíamos. Hambre no íbamos a pasar.
Fue el primer verano que no trabajé, el primer verano tras acabar la carrera, yo era una mujerona de veinticinco años con el pelo larguísimo y descuidado, con las cejas sin depilar y descuidadas. Tenía veinticinco años pero emocionalmente había regresado a los quince. Unos meses antes había roto dramáticamente con Pedro y no estaba deprimida, no, sólo tenía la autoestima a nivel de las cucarachas y, sobre todo, sólo quería ser, para siempre jamás, una chica decente.
En la urbanización conocimos a un madrileño -se llamaba Manolo!!!- que también veraneaba allí con sus padres y su hermano pequeño. El madrileño estaba en una edad entre la mía y la de mi hermana mediana, ¿veintitres años? y se juntó con nosotras, con las tres gaditanas que iban haciendo el majara por la playa. A mi hermana le hizo tilín y se las arregló para que Manolo viniera con nosotras de paseo y a bañarse a la piscina.
Una noche salimos a tomar copas. Vino Manolo, su hermano que era un adolescente como mi hermana pequeña y un primo que salió de no se sabe dónde y era de mi edad. Un plan chachi. Fuimos a la Bodega Sanatorio y la cagamos, no es que fuera la mejor de las citas, aquella, aunque podíamos habernos divertido pero a mi me entró la neura decente. Mis hermanas querían seguir de marchuqui, pendonear un poco por la zona de Sancti Petri y yo me negué. Mar estaba en cuarentena para toda la eternidad y aunque mis hermanas me miraban con rabia, por ser una aguafiestas, yo me erguía de orgullo: os jodeis, a mi me han jodido la vida y venir a la Bodega Sanatorio me lo recuerda. Ahora os jodeis.
Fueron unas vacaciones regresivas. Fui una cría que sólo pensaba en jugar a las palas, atracarme de comida, leer -ni siquiera recuerdo qué leía-, ser MUY BUENA, no destacar, no hacer bulto, no brillar como meses antes, sobre todo, que me olvidaran, que me perdonaran.
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