Entre 1986 y 1992 Ana fue mi compañera de facultad y una buena amiga. Quiero escribir sobre ella porque estuve muchos años sin verla y un día de hace cuatro veranos la encontré por pura casualidad mientras esperaba el autobús. De esa forma me enteré que Ana vive en Madrid y que había bajado al Sur para ver a la familia. Iba acompañada de uno que me presentó como su marido. La encontré demacrada. Hablamos demasiado poco. Dijimos tres o cuatro obviedades y, lo que me resultó muy incomodo, no se interesó por mi hijo, que tenía entonces tres años y estaba a mi lado. Tras despedirnos, me sentí llena de frustación, joder, allí iba mi amiga y no habían saltado las chispas que se suponen debían saltar.
Ahora me referiré a ella en pasado, porque así es como la quise: Ana era exhuberante. Alta, rubia, tenía unas tetas espléndidas. Yo pensaba al verla: Hija mía, llegan antes tus tetas que tú. Era como una walkiria. Me gustaba como vestía. Yo jamás me habría atrevido a vestir así. Se inventaba la ropa y despreciaba la moda. Y marcaba tetamen sin importarle que la miraran.
Y de hecho la miraban. Tuvo muchos amantes, ella despreciaba la palabra novios. Disfrutaba del sexo alegremente. Y, lo mejor en lo que a mi respecta, me contaba sus líos amorosos siempre riendo. Imagino que algún tipo algún día le partiría el corazón, pero a mi nunca me lloriqueó.
Con ella pasé juergas inolvidables. Tenía el don de crear la frase brillante que utilizaríamos toda la noche como un himno. Creó frases de antología, pero aquí no las escribiré. Era cachonda, atrevida, audaz, ingeniosa. Era mi amiga surrealista. Luis Buñuel era uno de nuestros iconos. Recuerdo la tarde en que vimos en su casa La edad de oro. Risas, deslumbramiento, adoración por el mítico aragonés.
Casi al final de la carrera se volvió más seria. Estudiaba más y salía menos. Dejamos de salir juntas. Tenía entre manos la tesina, consiguió becas de investigación, se encerró entre libros y se volvió un poco obsesiva con aquello. Después yo acabé la carrera y me fui a otra ciudad. Y no me preocupé por conseguir su teléfono. Hasta que la encontré de pura casualidad en la parada del autobús.
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