El encuentro inesperado que una siempre sueña. Fue en 1987. Agosto. Yo, aturrullada tras salir del trabajo eventual de todos los veranos. Pensaba en Pako, quería encontrarlo.
En plena calle, yo caminaba esa tarde guerrera, espalda recta, culo erguido, mirada desafiante, me abordó el otro Paco, éste con c normal y corriente. Qué guapo era -es- el cabrón. Me invitó a una cerveza en el Parque y me regaló el oído. Me dijo que le había llamado la atención mi cuerpo, mis andares, eso, mi caminar pidiendo guerra.
Pocos días después perdí la virginidad con él, a los 19 años. Mis primeros besos en serio, mi primera desnudez, en su piso, con tardes de intenso calor. Era un piso orientado a poniente, la última onceava planta: un horno.
Yo creo que follaba bien. Él, me refiero. No yo. Yo estaba demasiado concentrada en dos cosas para follar bien. Una, la sorpresa de que ESTO me estaba pasando a mi, con un absoluto desconocido, guapo a morir. Dos, las ganas que tenía de tener novio, las ganas de que fuera éste, que follaba bien a mi entender. Tanta literatura.
Duré un mes con él. Me enseñó a mamársela y un par de días después no me dejó entrar en su casa.
Luego, años más tarde, pude renovar aquel encuentro. Tuve dos ocasiones para hacerlo, llegamos a citarnos. Por diferentes motivos no pasó nada, sería aburrido explicarlos, pero me quedé con las ganas. Ganas de decirle con hechos: "Gilipollas, mira qué bien follo ahora. Si hubieras tenido paciencia, te habrías llevado a la mejor. Imbécil."
Lo cierto es que estaba bueno pero era pedante y con poca sustancia. Me lo sigo encontrando por la calle. Tiene una hija pero sigue soltero. Le saludo muy simpática siempre.
Esta es la única película que vi en el cine con él. Dentro del laberinto y David Bowie me recuerdan a Paco. Me pasé toda la película deseando que me metiera mano, pero no cayó la breva.
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