martes, 9 de septiembre de 2008

En las noches de líquidos y ruido

I
En las noches de líquidos y ruido,
frías noches de esquinas desconocidas,
bailábamos y bailaban los nombres
de las calles y los bares.
Tu mano se alejaba,
innacesible mano de siempre.
Yo te seguía,
acechaba tu sonrisa entre los vasos,
robaba retazos de tu aliento
con pretextos de secretos o encuentros casuales
o repentina ternura,
detrás de ti porque tenías muchos rostros
más claros, más historias sorprendentes
en las que perderte de felicidad.
Sólo en la bruma de la madrugada,
cuando el ruido dio paso a Mozart
y tu calor ansiado fue cercano, habitable,
pude ocultarme a tus ojos,
abrirte la piel,
trepar, ascender hasta la boca del volcán,
hasta la misma orilla del fin.

Pero apenas fue un triste roce,
un ambiguo rito de creación.
Y ya cerrábamos los sentidos sin morirnos
y desaparecían las rosas que te coronaban.

II
Más tarde llegó el beso extraño,
el abrazo insolente.
Con lástima cruel por mi parte,
con restos encelados y ganas de olvidar.
Suelo recordarlo,
el abrazo insolente pero cálido,
la hiel congelada y los sentidos fluyendo,
agarrada a besos
que no pretendía conocer, ni volver a encontrar,
ni evocar.
Y ya ves, a menudo la recuerdo,
la caricia insolente, extraña y avara
robándome la camisa, la espalda,
en susurros mi pérfido sentimiento de triunfo.

En Cádiz, año 1988, amando a Pako, recordando a Fran.

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