Cuando conocía a Jóse, él estaba en el último año de Medicina. Pero no se si ha llegado alguna vez a ejercer. Sé que también dió clases de Educación Física. Y que le gustaba el teatro, creo que hizo algo.
Precisamente el teatro me acercó a él. Era de los asiduos al garito de la pandilla radikal, aunque él no era de los excesivos. Una vez le vi con pañuelo palestino, acudía a fiestas solidarias, todo eso, pero sin fanatismos.
Qué guapo era el condenado. Y qué piquito tenía, llevaba a las nenas de calle. Así que la noche que se me acercó en el garito y me preguntó por mi grupo de teatro y se interesó tanto por mi monólogo... ese día ya me tuvo en el bote para siempre jamás.
Mantuve mi dignidad, no obstante. Aunque babeara por dentro, fui digna y circunspecta. Una noche me invitó a su casa a ver una película de Lubitsch. Yo le había confesado que no conocía nada de ese director (desde entonces llevo a Lubitsch en mi corazón). Sentados en su sofá -un diminuto apartemento en un bajo sin apenas luz-, yo rezaba por un roce de su mano. Hubo tensión sexual, puñetero Jóse.
Fuimos inseparables durante un tiempo: cine -La naranja mecánica-, teatro, cafeterías, copas, paseos en su moto -ay, su moto-, siempre la dichosa tensión sexual a flor de piel, yo tan tímida y rematadamente circunspecta. ¿Y él? Ni idea. Él era carismático.
Por fin, una noche, le metí en mi cama. Me había acompañado a casa desde una fiesta de esas solidarias -yo tenía la tontuna de que me perdía por los callejones-, nos habíamos tomado unas copas y unos pasteles y se hizo tarde. Y en plan idiota le sugerí que durmiera conmigo, que mi cama era de matrimonio (la cama de 90 había pasado a mejor vida).
Besos, muchos. Mis tetas también. Y, mmmmm, su pecholobo. Nunca había visto tanto pelo, sólo en el pecho, una masa negra y lujuriosa. El jodío engañaba, fue una sorpresa. Carismático y peludo.
Sólo hubo besos. Después le vi menos. Un día me apareció con una de esas casualidades que amargan bastante: teníamos una amiga en común, Eva, antigua compañera del cole mía, novieta o con derecho a roce suya. Al menos eso parecía.
Dejé de verle. Le busqué de una manera un poco gimoteante. Le eché el humo en la cara en mi monólogo, supe que daba clases en un Instituto, conocí su nueva dirección -un piso rehabilitado del casco antiguo, subiéndo de nivel- y le perdí la pista. No sé que es ahora de él.
No hay canciones con Jóse. Jóse es Lubitsch para mi, la pelí que vimos juntos, en su piso de mala muerte: El diablo dijo no.
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