Esb. era un chico macarra y chulillo que se coló en una fiesta. Entró con otro colega, llevaban una radio de aquellas enormes de los 80. Usamos aquel aparatejo toda la noche.
Era una fiesta en mi piso de estudiante. Lo compartía con tres amigas, aún sigo unida a ellas, viven cerca, las quiero. Hacíamos muchas fiestas allí y entraba todo Dios. Esb. se sintió cómodo inmediatamente. Hizo un escrutinio del personal y echó sus redes. Primero fue a por una de las invitadas, pero era demasiado tímida. Luego se metió en mi cuarto. Yo creo que me olfateó.
Una de esas fiestas memorables donde los invitados acaban derrengados. Yo acabé derrengada también, en mi cama con un macarrilla moreno y resultón a mi lado. Vestido. Me hice la dormida. Me dio besos en el cuello. Me abalancé sobre él.
Desnudo la noche siguiente. Fuerte. Me dijo que trabajaba en el puerto. Llevaba un tatuaje en la espalda en la época en que tatuarse no era moderno. Follamos como salvajes. Era un macarra salvaje. Me puse con la regla esa misma noche. No le importó la sangre, mi sangre empapó las sábanas. Era sexo sucio y reconfortante.
Me fue a buscar otra noche al garito del grupo radikal con k. Llovía, estaba enfadado no recuerdo por qué. Hablamos bajo mi paraguas, en el callejón. Alguien de mi grupo me fue a buscar, escamado. Esb. escamaba a la gente. Su pinta de macarra escamaba a todos, a mi me excitaba.
Mi amiga Ana me dijo que no le daba buena espina. Y si mi amiga Ana, que era surrealista y tenía amantes raros, desconfiaba, era mala señal. Una noche, Esb. llamó a mi piso de madrugada. No le abrí. No volví a verle.
Nadie sabe esta historia completa. Nadie sabe las dos noches espléndidas que tuvimos en mi casa. Ni que pasé de él desvergonzadamente. Por miedo. Por verguenza de su pinta de chuloputas.
En esa época yo escuchaba muchos tangos. De Gardel, Tomo y obligo, me recuerda a él.
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