viernes, 12 de septiembre de 2008

El profesor

No pondré su nombre. Él me dió clase el primer año de Facultad. Tenía algo más de 50 años, barba canosa, tenía carisma. Para mí tenía carisma, para otros era un viejo verde borrachín. A mi me gustó desde la primera clase y yo tengo constancia de que le gusté a él. Así me lo dijo, y que se situaba de forma estratégica en el aula para verme mejor las piernas.

En aquella época yo alternaba con el grupete radikal con k de mi ciudad y vestía de la manera preceptiva: vaqueros ajustados, largas bufandas, pañuelos palestinos -como los que se llevan ahora pero con menos glamour-. Llevaba el pelo suelto y salvaje, las cejas sin depilar, grandes aros en las orejas. Creo que daba morbo.

La borrachera de una fiesta en la facultad nos llevó a la cama, a mi profesor y a mi. Sólo besos. Ya dije que además de cincuentón bebía mucho. Pero a mi me bastó: era un sueño cumplido, me estaba enamorando de mi profesor carismático, viejo y borrachuzo. Era un deseo ambivalente, deseo de protegerle, deseo de ser amada e instruida.

Nos citamos varias veces pero no pasamos de besos. Una noche en un bar él me dijo: Un día de estos tenemos que follar. Pero yo no le creí. Una tarde, en otro bar, compitiendo por ver quien bebía más, pillé una tagarnina de muerte. Conversábamos mucho. Fumábamos mucho. Hubo ternura, ningún mal momento.

La historia se fue deshaciendo según avanzaba el curso, para primavera yo me limitaba a buscarle ansiosa por los pasillos, alguna vez en su despacho, regalarle poemas míos y libros de otros. Cada año él se buscaba a alguna alumna con la que acostarse, eso me decían. Yo nunca me sentí mal con él.

Hace un par de años conocí su hija, creo que tiene unos 10 años menos que yo. Coincidimos en el mismo trabajo, ella estaba haciendo una sustitución. Descubrí su parentesco de manera casual. Ella me contó que su padre ya estaba jubilado, que había dejado de fumar, que estaba un poco depresivo. Le di muchos recuerdos de mi parte.

La madrugada que pasamos juntos en mi piso, tras aquella fiesta, puse en el cassette una cinta de música clásica que me gustaba. "Che faro senza Euridice?", aria de la ópera Orfeo y Euridice, de Gluck.

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