lunes, 8 de septiembre de 2008

Lo menos casual

En los Carnavales de 1989 tuve un feliz encuentro casual. Aquel año yo estaba intentando leer Rayuela, a menudo recordaba el principio y estaba preparada para encuentros casuales. Como es lógico no los tenía y eso me ponía melancólica. El sábado de Carnaval de 1989 tuve un encuentro casual que me hizo sentir como la Maga.

Porque casualidad mágica fue encontrar en plena multitud de la Plaza San Antonio a los dos recien llegados de Granada que más quería encontrar. Era Pako, al que ya estaba dejando de querer. Y era Fran.

Lloré de alegría.

Me he encontrado con Fran muy pocas veces. Le conocí en octubre del 88, en Granada. Me metió mano una noche en que yo navegaba en el rencor y terminamos echando un polvo que me gustó. Fran era -es- de un pueblecito minúsculo de Granada. Medio punk, vestía de negro, ojos verdes, dientes estropeados, afectuoso pero contenido. No se mucho de él. Estudiaba la misma carrera que yo, pero cursos más avanzados. Tenía un marcado acento del Oriente andaluz. Era reservado, poco hablador.

En los Carnavales de 1989 fui su guia, suya y de Pako. Me gusta mucho hacer de guia. Y nadaba en mi salsa, Cádiz, Carnavales, un punto justo de borrachera. A Pako le dio la vena poética y pidió ver el mar. Le llevé al Campo del Sur y allí bajó a los bloques y flipó. Mientras Fran me metió mano. Fran era el mejor metiendo mano. Era callado pero besaba y sobaba que daba gloria. No paró hasta llegar a mi piso. Allí saboreé mi dulce y tonta venganza. Fran para mi, ya no te quiero, Pako.

Meses más tarde volví a encontrarme con Fran en Granada. Esta vez él fue mi guia por la Alhambra. Luego nos emborrachamos en las Bodegas Espadafox. Pero no llegamos ni a darnos un beso de despedida. Ya no lo he vuelto a ver.
A menudo le recuerdo y a menudo pienso que volveremos a encontrarnos; otro encuentro casual.

En el principio de Rayuela se puede leer: ... y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas previas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

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