Tampoco pondré su nombre porque era un hombre importante. No lo escribo con sorna, era, para mi pequeño mundo hace veinte años, realmente importante. Ocupaba un alto cargo en la Universidad. Fue divertido contárselo a mi amiga. Un hombre importante!!!!!
Qué atractivo era. Los hombres importantes no suelen tener tan buen tipo, un poquito calvo, solo eso. Miraba con lascivia, no indagué mucho sobre él pero creo que también era un asaltacunas, como su amigo el profesor. Me encantó ser objeto de aquel asaltacunas importante. Es ciertamente glorioso ser objeto de atención de un hombre que maneja a diario asuntos de extrema importancia. Y que se codea a diario con otras personas importantes como él. Es alimento para el ego. Pura vanidad, cosa que convenientemente disciplinada, es agradable.
Lo conocí en una fiesta, me dió sus dos teléfonos -el de sus dos despachos- y me alentó a que le llamara. Dos meses después le cité, de nuevo en otra fiesta. Una copa y muchas bromas por mi parte. No pensaba dejarme aturrullar por su importancia.
Tenía chófer. Qué emocionante. Bailamos. No paré de bromear. Me besó y seguía teniendo los ojos libidinosos, cada vez más.
En mi piso le mostré mis plantas y le restregué cómo vive una humilde estudiante que tira de los ahorros de su trabajo eventual del verano. Mi habitación de posters clavados con chinchetas con cama de 90. Le recordé mis ideas radikales con k. Me desnudé y le restregué mi cuerpo joven y sé que le gustó.
Le llamé un par de veces pero no volvimos a citarnos y no quise insistir. Le vi en un par de ocasiones, dos besos en las mejillas y nada más. Ya no tiene el alto cargo aquel y no sé si seguirá tan guapo como entonces. Tampoco sé dónde vive, ni si tiene el segundo despacho.
La canción de Serrat, Una mujer desnuda y en lo oscuro es la que bailamos la noche de nuestro encuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario