martes, 30 de diciembre de 2008

Dedos abiertos

A mis hermanas siempre les hizo mucha gracia mis pies. Como se puede observar tengo los dedos gordezuelos. El dedo gordo es todo un poema. Es gordo, como su nombre indica, bien gordo. Y el dedo meñique es para mondarse. Chiquitín y regordete. Es una bolita de carne.

Pero lo que más gracia les hace a mis hermanas es la gran movilidad de mis dedos. Son increíbles, al menos eso dicen ellas, porque hasta que me lo dijeron yo no había reparado en el detalle. Sobre todo el rechoncho dedito meñique. Soy capaz de moverlo de manera independiente al resto de los dedos. Como si tuviera vida propia.

Yo no les presto mucha atención a mis pies, porque es la parte de mi cuerpo que me gusta menos. Tengo un 40-41. Como decía la abuela Paca, son pies arreglados al cuerpo, claro. Unos pies chiquititos en mi resultaría ridículo. Así que el tamaño no me preocupa -ahora, de adolescente sí-. Lo que me incomoda es que no son unos pies delicados de damisela. Son anchos, acomodados a zapatos bajos. Y sobre todo, los dedos-bolitas -excepto el gordo que es bolaza-. No son muy delicados, no.

Pero, como digo, los puedo abrir a la perfección, se mueven como criaturitas con vida propia. E. lo podrá comprobar cuando me ensarte.

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