viernes, 19 de diciembre de 2008

La atracción del dolor

Recuerdo cuando leí Historia de O, con veintitantos años. No es una maravilla literaria y nunca he podido leerla entera -lo cierto es que la novela erótica me aburre un poco. El caso es que me iba directamente a los fragmentos donde O es azotada o humillada. Prescindía de lo demás, un soberano rollazo (insisto, literariamente). Como pasará a la gran mayoría de sumisas masoquistas, me excitaba rabiosamente. Y al mismo tiempo, me sentía muy culpable e inmoral.

Siempre he fantaseado con ser azotada. Durante mucho tiempo he rechazado tales fantasías. Siempre era una imagen, unos instantes de recreación en ella y rápidamente mi Superyó actuaba.

Al principio, cuando comenzaba a explorar en páginas BDSM, siempre manifestaba que recibir dolor era un límite para mi. Qué tremenda impostora. Yo exponía, muy dignamente, que no aceptaría ninguna actuación dolorosa hacia mi persona. Menuda gilipollas. Lo estaba deseando. Y temía desenmarcarar mi masoquismo. Me gusta recibir dolor físico. No le doy explicación. No me provoca orgasmos ni nada de eso. Lo que me provoca es una brutal liberación. E. sabe de qué hablo. A Él también le supone liberación, desde la otra perspectiva.

Soy masoquista y no le doy demasiadas vueltas ni explicaciones, es mi naturaleza. No me desvivo por recibir dolor físico. Si no lo tengo, no sufro. Si lo recibo, bienvenido sea.

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