jueves, 4 de diciembre de 2008

Cuando desaparecen las kas

No me emociona pertenecer a un colectivo, ya salí muy escaldada de los tiempos de militancia política, con tantas kas radikales y mosqueos gratuitos. A veces, en aquella época me preguntaba por los orígenes de tanto cabreo. Una de mis coleguitas feministas estaba permanentemente cabreada con su padre. Vamos, le odiaba. Y pretendía que las demás flipáramos cabreadas con ella. A mi no me salía natural. Ni ese ni muchos otros cabreos y ese fue uno de los motivos de mi huida del activismo.

Poco después me recomendaron La exagerada vida de Martín Romaña, la novela de Bryce Echenique. Ay, cuánta empatía con el gran Martín, que seguía a su novia troskista en el París del 68 sin importarle una mierda el tema, sólo por puro amor.

Por puro amor.

Así que sigo siendo feminista, pero a mi bola. Sin cabreos. Sin kas. Y allá fuera. Me hace sentir muy satisfecha, porque no rindo cuentas a ningún colectivo políticamente correcto. Además, me excita saber lo que piensa hacer E. con su esclava feminista.

Esta mañana E. me comentó, además de lo anterior, otros proyectos para conmigo. En realidad me los tarareó. Y le salió una voz casi clavadita a la de Evaristo. Pero más bonita.

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