domingo, 7 de marzo de 2010

Color violeta


Los Días Internacionales supongo yo que tendrán su motivo, yo no soy dada a celebrarlos porque me suenan a que se acuerdan de uno ese día y el resto, como si no existieras. Por eso, la celebración del 8 de marzo me resulta de lo más boba. Que se celebre un Día para nosotras nos condena a señalarnos, como a decir, pobrecillas, las mujeres, démosle su Día Internacional, para que se quejen. Igual que me resulta odioso que haya cuotas para mujeres, puestos reservados a mujeres o un Ministerio de Igualdad, son una especie de caridad que a mi me parece denigrante.

Parte del discurso feminista está orientado a la queja -basta de opresión machista y contra el patriarcado-, a mi me resultan frases demasiado abstractas, son fácilmente manipulables y sirven en bandeja al menosprecio. Qué fácil resulta burlarse de frases así, en estos tiempos. Qué simpleza y a qué tipismo han/hemos quedado reducidas las mujeres feministas. La queja o la demagogia.

Y el sentimiento de culpa, ese que hemos mamado desde el nacimiento. La culpa por trabajar y no tener hijos, la culpa por tener hijos y no trabajar, la culpa por tener las dos cosas y no hacer ninguna bien. La culpa por ser femenina, la culpa por no serlo... Dar explicaciones, justificarse eternamente por el lugar que ocupamos.

Yo no tengo la receta, no tengo ni idea ni por supuesto escribo en plan dogmático sobre la liberación de las mujeres, pero si tengo claro el papel que mi condición de sumisa ocupa en todo ésto: no sentirme culpable por disfrutar de mi elección. Ser feminista y ser sumisa a la vez da una libertad tremenda, no hay pautas, no hay clichés: yo decido servir y obedecer a mi Hombre, es un acto femenino de suprema libertad.

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