En mi familia contamos esta anécdota: mis padres nos llevaban a mi hermana mediana y a mi a tomar tapas los domingos de invierno. Una vez, cuando ya era la hora de pagar e irnos, a mi hermana aún le quedaba media Pepsi. Como no quiso dejarla en el bar, se la bebió tan precipitadamente que se la echó por encima y se puso perdida. Eso le pasó por dormirse en los laureles y dejar la Pepsi sin tocar hasta el final. En cambio, yo me la fui bebiendo despacito y modositamente, con mi cañita y mi tapa de ensaladilla.
Yo siempre he querido ver mi vaso lleno. Lleno a rebosar. Y me lo voy bebiendo despacio. Cuando se me va vaciando, lo he vuelto a llenar. No concibo vivir con el vaso a medias. Sólo me dieron un vaso al nacer y lo he ido llenando poco a poco, ya son casi cuarenta y cuatro años de empeño.
Tengo mucha sed. Puedo vivir sedienta, puedo hasta alargar el momento de los sorbos, para que el vaso me dure mucho tiempo lleno. No es conformismo, ni masoquismo, ni me siento un Tántalo que sufre por no beber. Tengo sed porque soy ambiciosa y quiero exprimir muchas cosas. Mirar mi vaso lleno, beberlo y volverlo a llenar, siempre sedienta, hasta el final.
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