Dos copas de vino y un gin-tónic. Mi amiga ES se ha instalado, quizás definitivamente, en nuestra ciudad y ahora la veo con más frecuencia. Y quizás nos llevemos ahora mejor y retomemos la complicidad de hace años.
Anoche, entre copas y la calle llena de gente, conversamos de lo divino y, cuando pillamos el punto, también de lo humano. Las viejas historias. Anoche recordamos aquellos momentos surrealistas y patéticos de los que ambas conservamos un buen puñado. Ella me decía que fueron momentos de perder la dignidad. Esas veces que una se metía un montón de kilómetros en el cuerpo para ver a un príncipe que resultaba ser rana.
Pero no, nunca perdimos la dignidad. Éramos audaces y queríamos comernos el mundo a bocados y si para ello había que besar algún sapo, qué más da, una experiencia más que echarse al hombro. Y ahora nos sirven para desdramatizar días de lágrimas y pataletas. Nos sirven para reírnos como anoche, entre copas.
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