miércoles, 13 de mayo de 2009

Ahram el Navegante


Esta mañana recordé La vieja sirena, la preciosa novela de Jose Luis Sampedro. La primera vez que la leí fue el verano del 91, enamorada de Pedro. Mientras él meditaba en su monasterio de Francia yo pasaba las tardes añorándole y leyendo la historia de Glauka. Como yo estaba abducida entonces, no caí en la cuenta de que era la historia de una esclava y que aquello me excitaba y me emocionaba.

Creí tenerla pero he buscado entre mis libros y no está. Quizás sea de mi hermana o quizás la haya prestado. Qué lástima. Ahora recuerdo, pero no puedo hojear, que Glauka servía y amaba a su Dueño Ahram el Navegante. Y recuerdo que yo devoraba las páginas y era consciente de que yo era capaz de amar así y vivir así. Deseaba vivir así pero entonces estaba abducida.

Descubría también la libertad que se posee cuando se es consciente de que amar es lo único que importa. Glauka amaba a Ahram y amaba a Krito, el filósofo. Y desplegaba su cuerpo, su sexualidad, con generosidad y sin preguntas. Sin preguntarse. Fue un descubrimiento. Pero me duró poco porque me abducieron.

Quince años después salí. Vuelta a la Tierra. No me he hecho muchas preguntas desde entonces.

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