viernes, 1 de mayo de 2009

La casa de mi amiga

Mi amiga AB tenía una casa en el campo. Era una casita preciosa, con huerto. Un poco destartalada, encantadora; en realidad era de su abuelita y ella solía ir los fines de semana. A veces me invitaba a mi, pasaba con ella todo el sábado y soñábamos todo el día. Era un lugar perfecto para soñar. Nuestra adolescencia.

En el salón tenía una chimenea y muchos vinilos, un sofá viejo y cómodo. Comíamos, paseábamos, charlábamos muchísimo y planeábamos una vida futura. Pero sobre todo, escuchábamos música. Los vinilos y el tocadiscos eran de su hermano, diez años mayor. Fueron mi educación musical. Diez años mayor.

AB se empeñaba en ponerme todos los discos de su hermano, todos los que a ella le gustaban. Pink Floyd, los Dire Straits, Cat Stevens, Bob Marley... muy propio y setentero todo. También a Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán, qué buenos. Y a Hilario Camacho, blej. Y, horror, me ponía a Kraftwerk.

Pero sobre todo, ponía a Supertramp. Son mi banda sonora de los quince, dieciseis, diecisiete años. Nos inventamos una coreografía con The logical song, una puesta en escena tremenda y plena de simbolismo. Nos creíamos estrellas, nos creíamos bailarinas que salvan conciencias... Nos sentíamos muy bellas.

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