Esta semana, con el día de huelga en medio, se hizo muy corta pero pasaron muchas cosas... como casi siempre. Lo bueno de mi trabajo es que cada día es nuevo y diferente y nunca sabes a qué atenerte. Eso te da una especie de speed mañanero, a veces algo de miedo por lo que pueda pasar, otras, ganas de crear, unas ganas locas de hacer algo bueno y que valga la pena.
En realidad nuestro trabajo es de hormigas y vamos poco a poco. Hay días alborotados y otros perezosos: esos días te sientas un rato a tomar café y charlas de tontadas. Ayer mis compañeras más cercanas hablaban de las 50 sombras y yo me fui un poco de la lengua. Tenía que defender el territorio.
Hay días en que el levante me tiene desquiciada y suelto tacos gordos en el trabajo. Alguno pensará que me volví loca, lo cierto es que no abundamos las que, en el trabajo, soltamos tacos y quizás piensen que de señorita no tengo nada. Otros días transcurren con suavidad, como hoy, en los que la resaca ha ayudado. Hubo caos y yo, resacosa y en estado zen, puse paz. Algo sublime, joder, son los momentos así.
Me gusta mi trabajo, carajo, no lo cambiaría por ningún otro ni aunque me dieran el triple de pasta. Yo es que siempre he sido una condenada utópica.
2 comentarios:
Una bendición de Dios disfrutar del trabajo.
Por otra parte pareciera que no es imprescindible tu ingreso para la subsistencia familiar, otra bendición.
Un beso grande
Si es imprescindible, pero se va tirando. La bendición es no tener hipoteca.
Besos.
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