martes, 18 de mayo de 2010

Los abuelos más maravillosos del mundo

Yo tuve la bendita fortuna de disfrutar de mis cuatro abuelos, como puse ayer. Mi abuelita paterna es la que antes se fue, tan frágil y blanca. Mi padre dice que me parezco a ella, era huesuda y tenía mal genio, pero a mi me quería con locura. Vivía en una casa con patio de vecinos, tenía tres gatos y guardaba un cajón lleno de cómics de mi padre, de El capitán Trueno, de Roberto Alcázar y Pedrín y cosas así. Ese cajón de cómics era mi delirio.

Mi abuelo paterno tenía un barrigón y una calvorota brillante. Me llevaba al parque a echar de comer a las palomas. Desmigaba con mucha paciencia el pan duro y llenaba una bolsa. Cuando enviudó se vino a vivir con nosotros a casa, era alegre y le gustaba el tintorro. Se echaba el porrón y me encantaba ver como aguantaba largo rato con la boca abierta, tragando. Pero enfermó y su carácter se fue agriando. Aún sueño con él, caminando con el bastón, casi sin hablar, su presencia fantasmal... no me perdono todavía no haberle cuidado más, haber estado pendiente de él, haberle mimado más.

Mi abuelo materno era flaco, todo huesos, tenía el pelo blanco. Tenía una motillo campera con la que iba a sus avíos y cuando llegaba a casa siempre me traía un regalo. Yo era su niña mimada. Me compraba Mortadelos y cajas de galletas surtidas, las de Guetara de toda la vida. Me hizo un columpio de hierro para el patio, me dijo que me haría una piscina, me hizo una sillita de enea. De joven fue un vividor, pero bebía los vientos por mi abuela.

La abuela más maravillosa del mundo la disfruté 33 años. Hacía el mejor puchero del mundo, hacía callos y caracoles al poleo, su casa era el centro de mi vida, cada sábado pasaba el día con ella, era el motor de la familia. Era energía pura y una descarada, una deslenguada y una verduscona. Era mi abuela gordita y cuida de nosotras, de mis hermanas y de mi.

Llevo cosas de los cuatro: las manos y el genio fuerte de mi abuelita paterna, la cabezonería del abuelito paterno, las ganas de vivir del abuelito materno y la energía -y lengua procaz- de mi abuela gordita.

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