miércoles, 19 de mayo de 2010

Series míticas, 1ª parte

Poldark.

No hubo una serie como Poldark. La culpa la tuvo mi amiga AB. Yo fui un día al cole y me la encontré entusiasmada. Mi amiga AB cuando se entusiasma por algo se pone muy pesadita y no para. Esa mañana no paró de hablarme de la serie nueva de los Grandes Relatos, blablabla y declaró a los cuatro vientos que estaba enamorada del protagonista.

Yo también me enamoré de Ross Poldark. Mi amiga AB y yo compartimos el amor por él. Era muy reconfortante, describir sus bondades y virtudes a duo. Esa coleta dieciochesca. Esa rudeza de caballero inglés que va a contracorriente. Y esa cicatriz. Podíamos hablar horas acerca de la cicatriz.

Fue apoteósico cuando por fin se descubre enamorado de Demelza. Fue un alivio. Demelza se lo merecía, la pobre Demelza, que era una bestezuela y se convirtió en dama. Y cuando cae en brazos de Elizabeth, qué tragedia. Odioso. Odioso Warleggan y el clérigo gordo... Al día siguiente de cada capítulo, AB y yo teníamos tela para contar. Nos sentábamos en el portal de mi casa y teórizabamos sobre la importancia de ser atractivo y no guapo. Las dos le dábamos muchísima importancia al atractivo y despreciábamos a las niñas que preferían a los tipos guapos sin sustancia -las niñas de mi clase tenían pegatinas de Leif Garret y de Iván-.

Me compré la colección entera de novelas de Poldark. Las páginas ya están amarillas, me las leí cuatro veces como mínimo. Son siete tomos. Cualquier día le pego otro repaso.

Mi amiga se compró la serie en DVD. Yo esas cosas no las hago, tengo mis manías a la hora de comprarme series míticas. Ya no me parece tan guapo, mi pobre Poldark, y no es cuestión de derribar mitos a diestro y siniestro.




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