domingo, 2 de mayo de 2010

La insoportable batallita de mi Comunión

En la parroquia del mi barrio están de comuniones. Las niñas van calle abajo muy repipis, la familia las rodea y forman una especie de escudo protector de su virginal pureza, etc. etc. Yo me asomo a la ventana a miquear, me encanta ver quién va más repipi y quién más hortera.

Mi Primera Comunión fue horrorosa, casi entera, sólo al final del día me lo pasé bien. El vestido era repipi, como debe ser, aunque no llegaba a muñeca repollo. Me lo hizo mi madre, que es costurera y me tuvo tardes interminables de pie, para probármelo. Es insoportable probarse, con los alfileres y mi madre dando el coñazo que si la sisa y la manga y el dobladillo. Además, llevaba un casquete, que se llevaban en esa época. Cosa más horrible, el casquete, todas las niñas de mi clase lo llevábamos.

En la iglesia me puse junto a la compañera que me asignaron, que era mi amiga íntima de segundo. Joder, en esa época se hacía la Comunión con siete años, yo me confesé con siete años, flipante -pero eso merece otro post terapéutico-. La maestra estaba histérica, que asco de maestra de segundo, era una vieja agria como un limón. Y el cura, no he visto cura más borde y más saborío -merece el post del confesionario-. La única que se salvaba era mi amiga de al lado, porque el resto de niñas de mi clase eran o pavas o directamente cabronas.

Lo pasé fatal toda la misa porque se me metió en la mollera que si dejaba de mantener las manos en posición de rezar -obsérvese la foto- iría al infierno. Tenía siete años. Me pasé todo el rato agobiada entre la posición de las manos y no meter la pata a la hora de comulgar. Corría la leyenda urbana de que si mordías la hostia ibas al infierno. También estaba obsesionada con no cometer pecado mortal antes de comulgar, el pecado rondaba en cualquier esquina y era imprescindible ir pura a la comunión. Cuando comulgué se me olvidó rezar, estaba despistadísima. Cuando reaccioné y me arrodillé en el reclinatorio quizás ya era demasiado tarde; al infierno de cabeza. Siete años, coño ya.

En la salida me hicieron muchísimas fotos. Tengo el album aquí delante. Mi madre no paraba de ponerme bien el pelo. En una foto salgo con Manolito, el niño que me gustaba. Fue lo más emocionante de la tarde. Lo malo de la sesión interminable de fotos fue que mi hermana, que estaba celosísima de mi, se empeñó en quitarme protagonismo y no me dejaba salir sola. En todas las fotos sale ella conmigo y en una sale con el morro puesto, porque quería mi rosario, y hasta ahí podíamos llegar, leñe con la niña mimada.

Lo único realmente bueno del día -aparte de Manolito- fue la merienda, en casa de mi abuela, con tarta y chocolate. Me quitaron el casquete y me puse despiporrá. Mi hermana tambien se despiporró y dejó de someterme al marcaje, la muy envidiosa. En la merienda no estaba Manolito, pero si estaba invitado Paquito, que era un vecino que me gustaba menos pero que a falta de pan buenas son tortas. Jugamos y como yo iba de largo, hice de princesa. Mi hermana, que se había atiborrado de tarta y yo creo que estaba ya cansada, me dejó ser la protagonista por una vez.

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