viernes, 5 de febrero de 2010

Sobre reprimidas gilipollas

Que es continuación del anterior. Las reprimidas me dan igual, no voy a escribir eso de que respeto y tal, porque está muy visto. En realidad, una reprimida me resulta un ser lastimoso. Joder, lo escribo y suena cruel. Pero cuando alguien me sale con una historia de deseos reprimidos por la moral y tal, pues qué pasa, me da lástima.

Lo indignante es convivir con reprimidas gilipollas, que son las que interaccionan con los demás. Hacen mucho daño, esas. Son las que nunca jamás se acuestan en la primera cita, ni en la segunda, ni en la tercera. Cosa que escrita así no es importante, pero ellas les dan una trascendencia. Esa es la clave. Las reprimidas gilipollas dan una trascendencia al sexo que así nos luce el pelo.

Claro, cuando una de esas afirma fehacientemente su elevada postura moral, las que sí nos acostamos a la primera cita si se tercia, pues quedamos a la altura del betún. Y los argumentos esos de: pero si es sólo (nada más y nada menos) sexo, suenan como ridículos. Porque, qué decir ante la imbatible muralla moral de una reprimida tocapelotas, que además te lo adorna con dorada dignidad. Ay, dignidad, pero cuántos crímenes se cometen en tu nombre.

En realidad daño a mi no me han hecho nunca. Si alguna de esas hace un comentario del tipo digno, a mi me escuece un rato, por lo que me toca, pero luego escupo por el colmillo. No es precisamente daño, pero si joroba, porque insisto, el sexo no es (para mi) trascendente, sino una actividad lúdica, gozosa, una maravillosa forma de relaciones humanas, limpia y natural.

En fin, que yo he follado en primeras citas y no sufro de traumas ni cosas malas, ni fueron locuras de juventud, noches locas o ponga loca donde tercie, ni mi dignidad, moralidad o templanza sufren de menoscabos. Al contrario, tengo una bonita y bien documentada historia en la que recrearme para cuando sea vieja. Yo me imagino de vieja recreando mis batallitas amorosas y soy feliz.

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