lunes, 22 de febrero de 2010

Frívolas reflexiones sobre mis rodillas


Fui a probarme botas. Las que tengo estan las pobres hartitas de agua, yo tenía el día tonto, uno de esos en que te compras algo mono y ya estas contenta toda la tarde. Me probé unas botas monísimas de Camper.

Yo tengo mis manías con las botas. Odio las botas de tacón. Pero las requetodio. No me las pongo ni loca. Las veo como de señorona empaquetada. Es mi manía. Tampoco soporto las botas que se llevan este año de mosquetera. Hay que tener unas piernas larguísimas y delgadísimas para que sienten bien. Me gustan las botas sencillas y si son tirando a motero, mejor.

Pero las botas Camper tan monas no me quedaban bien. Hay dos historias. Una, que calzo un 41 y a estas alturas de las rebajas está complicado, todos los años lo se, pero yo parece que no desisto. La otra historia son mis rodillas acompañadas de mis pantorrillas. Son regordetitas. Mi madre las tiene igual. Mi madre está flaquísima pero tiene rodillas y pantorrillas regordetas. Yo las disimulo porque soy más alta que ella y cuando me miro en los escaparates me veo piernas monas.

Pero a la hora de comprarme unas botas llega mi cruz. Nunca, casi nunca -y eso es penosísimo- me quedan bien por culpa de las rodillas + pantorrillas. Las Camper eran ma-ra-vi-llo-sas. Pero las artimañas para poder cerrar la cremallera fueron de antología. Y la vista de mis rodillitas apretujadas y la circulación de la pierna embrutecida... penoso. Mi madre me miraba como con comprensión. Menos mal que ella estaba conmigo. Mi madre me decía: es que tú tienes las mismas piernas que yo. Y que mis hermanas, añadía yo, para sentirme mejor. Total, que allí se quedaron, las preciosas Camper, para otra pava con rodillas finas y delicadas.

Luego mi madre me dijo que me las comprara baratas en el mercadillo, total, para lo que queda de invierno, ya me hacía el avío. Y que el invierno que viene ya buscara otras buenas. Mi madre, con su exquisito sentido práctico, es una bendición.

(Lo cierto es que no conozco a nadie con un sentido tan filosóficamente práctico de la vida. Escuchar a mi madre filosofar, de esa manera tan estoica y a la vez liviana, es estupendo. No solo por las botas y las rodillas y el mercadillo. A veces revienta un poco, por sabihonda, a veces la recuerdo - con la edad que yo tengo ahora- agobiada de trabajo y nerviosa. Pero ahora ha llegado a un clímax de sosegada perfección -a veces con un punto fatalista, pero no trágico-, que yo querría para mi.)

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