domingo, 15 de noviembre de 2009

Perspectivas sobre humillación

En mi etapa cibersexual mantuve una relación intermitente con Luis. En realidad no recuerdo su nombre, pero se parecía al actor Luis Tosar. Eso me gustaba, tenía un aire bestia y elemental, casi cejijunto y de mandíbula fuerte, me gustaba mirarlo por la webcam.

Ayer le hablé a E. un poco de él, por eso lo traigo aquí, hoy estuve pensando en algunas cosas de aquella relación. Le conocí en un chat de cibersexo, no era un sitio dedicado a la Dominación, y por aquella época yo me autoengañaba pensando que el tema no me interesaba. Simpatizamos enseguida porque él era, como digo, bastante directo y básico, ojo, no inculto ni un memo, pero era de esos hombres que transpiran un sexo animal. Manteníamos conversaciones altamente eróticas, sin objetivos, sólo por el placer de acostarnos sonrientes y excitados.

Él me habló de sus preferencias por mujeres sumisas. Yo rechazaba la palabra -menuda falsa estaba hecha, en fin- pero me gustaba que me contara. Me habló de una relación del pasado con una pareja de sumisos. Me relató cómo les humillaba y yo me hice la durita. Buah, qué chorra -lo pensé, no se lo dije, pero ya digo, me hacía la durita-.

El caso es que en realidad me repugnó aquella historia que me contó, una historia de humillación bastante absurda, con poca chicha. O en realidad no fue la historia en sí, sino la forma cómo me la expuso: él se reía, él utilizaba términos despectivos hacia aquella pareja, habia desprecio en sus palabras.

Luego he ido aprendiendo que eso no es humillación en la D/s. Yo deseaba meterme de lleno en los campos de la humillación, pero las historias que vivió y me contó Luis no eran ni mucho menos edificantes. Vaya, para nada quería algo así para mi. No solo por el tonito antipático de sus vivencias, sino además, por lo cutre y hortera de las mismas.

Humillación, E. y yo lo vamos paladeando cuando viene al caso, puede ser una vivencia elegante, sensual, a la vez que tensa y cargada de energía. Que una caiga, cuando viene al caso, de su pedestal de arrogancia, supone un golpetazo tremendo. Pero abajo hay un colchón. Yo quizás no me lo espero, o si, pero no pienso en él mientras me voy cayendo para abajo. Pero lo cierto es que el colchón está: son las palabras, los cuidados de E. tras su empujón. Nunca despreciativos, nunca ridículos.

No hay comentarios: