En mi etapa cibersexual mantuve una relación intermitente con Luis. En realidad no recuerdo su nombre, pero se parecía al actor Luis Tosar. Eso me gustaba, tenía un aire bestia y elemental, casi cejijunto y de mandíbula fuerte, me gustaba mirarlo por la webcam.
Ayer le hablé a E. un poco de él, por eso lo traigo aquí, hoy estuve pensando en algunas cosas de aquella relación. Le conocí en un chat de cibersexo, no era un sitio dedicado a la Dominación, y por aquella época yo me autoengañaba pensando que el tema no me interesaba. Simpatizamos enseguida porque él era, como digo, bastante directo y básico, ojo, no inculto ni un memo, pero era de esos hombres que transpiran un sexo animal. Manteníamos conversaciones altamente eróticas, sin objetivos, sólo por el placer de acostarnos sonrientes y excitados.
Él me habló de sus preferencias por mujeres sumisas. Yo rechazaba la palabra -menuda falsa estaba hecha, en fin- pero me gustaba que me contara. Me habló de una relación del pasado con una pareja de sumisos. Me relató cómo les humillaba y yo me hice la durita. Buah, qué chorra -lo pensé, no se lo dije, pero ya digo, me hacía la durita-.
El caso es que en realidad me repugnó aquella historia que me contó, una historia de humillación bastante absurda, con poca chicha. O en realidad no fue la historia en sí, sino la forma cómo me la expuso: él se reía, él utilizaba términos despectivos hacia aquella pareja, habia desprecio en sus palabras.
Luego he ido aprendiendo que eso no es humillación en la D/s. Yo deseaba meterme de lleno en los campos de la humillación, pero las historias que vivió y me contó Luis no eran ni mucho menos edificantes. Vaya, para nada quería algo así para mi. No solo por el tonito antipático de sus vivencias, sino además, por lo cutre y hortera de las mismas.
Humillación, E. y yo lo vamos paladeando cuando viene al caso, puede ser una vivencia elegante, sensual, a la vez que tensa y cargada de energía. Que una caiga, cuando viene al caso, de su pedestal de arrogancia, supone un golpetazo tremendo. Pero abajo hay un colchón. Yo quizás no me lo espero, o si, pero no pienso en él mientras me voy cayendo para abajo. Pero lo cierto es que el colchón está: son las palabras, los cuidados de E. tras su empujón. Nunca despreciativos, nunca ridículos.
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