lunes, 30 de marzo de 2009

Estar en el limbo

Esta mañana llamé a uno de esos teléfonos de la Administración autonómica. Llamé siete u ocho veces hasta que alguien me atendió. Es decir, marqué el número siete u ocho veces. La respuesta de la funcionaria me sacó del limbo en el que llevo dos años. Redacté el escrito que debo redactar y llamé a mi prima. Mi impresora está caput y le he pedido que me imprima esa cortés carta que debo enviar urgentemente.

Asunto tonto pero es lo que tiene haber estado tantos meses en modo hibernación: calentar motores me pone catatónica. Hice la compra pasmada y de los nervios -puedo hacer las dos cosas de maravilla, pasmada y lela y con ataque semihistérico. Al final, puse a los niños un plato de comida-basura. Era incapaz, esta mañana, de ser madre perfecta. Bueno, preparé un tomate con aceite de oliva, para sentir menos culpabilidad.

Después he leído blogs de veinteañeras y he suspirado. Pensé en mi hermana, la que siempre será la chica, y sigo suspirando. Cuando yo estudiaba sentía la desesperación rondándome en cada esquina y la soledad, a veces. Sentía que así sería yo siempre y que nunca sería mejor que en esos momentos o que nunca sería peor que en esos momentos.

E. lo definió bien: Estabas deseando que te amaran. Más o menos me dijo eso, una mañana. Siempre, de jovencilla, de estudiante, me moría de amor no correspondido y soñaba en los autobuses. En aquel piso de Loreto emborronaba folios de poemas de amor desconsolados. Emborronaba folios de cartas de amor que a veces echaba al correo y otras se quedaron entre papeles. A veces encuentro alguna. Luego dejé de escribir.

Hasta que entré en el limbo y fui capaz de tomar distancias.

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