jueves, 5 de febrero de 2009

Callejón

El piso del Callejón. Era tan chulo que hasta canción tiene. Tan chulo como nosotras, las que allí vivimos dos años. Antes fue pensión. En el cajón de la mesita de noche de mi cuarto había anotaciones escritas de gente que pasó allí alguna noche. Legionarios, marineros, tenía magia aquel piso.

Y era cutre como sólo un piso de estudiantes se merece. Cutre la calle -el callejón- donde se situaba. Cutres los muebles -ese sofá desvencijado-. Cutre la cocina, misérrima, con una lavadora asesina y una nevera que se descongelaba sin avisar. Cutre el patinillo interior donde tendíamos y donde el vecino cutre del segundo se fumaba los porros. Cutres los descansillos, los buzones, el porterillo automático. Cutre el váter, que era un cuartucho donde sólo estaba el váter. Te sentabas allí y era un muermo, no había nada que mirar, solo la puerta. Cutre la ducha, aparte del váter, en otro cuartito, que se atascaba cuando nos lavábamos la cabeza.

Pero también era soleado. Lleno de sol -excepto la cocina mugrienta (nosotras éramos muy limpias, eso si). Lo decoramos con muchísimas chalauras. Pósters, dibujitos y pamplinas variadas. Daba gloria pasearse por el pasillo y detenerse a mirar los dibujitos y las pamplinas (la mayoría de las pamplinas las pegaba C.).

Cada una tenía su cuarto, su taza del desayuno, sus manías, su gel de ducha, su rutina. Todas compartimos noches largas de confidencias, todas aguantaron mis malos humores y mi genio. Seguimos en contacto, nos vemos con cierta frecuencia y siempre hay risas y charlas sin parar. Son mis niñas y yo soy una más.

Hubo fiestas memorables con gente memorable. Hubo teatro. Ensayos generales. Cachondeito. Gente rara que llegaba sin avisar. Bromas. Algunas bromas muy pesadas. Broncas con los vecinos pijos del segundo. Pasó por allí tanta gente... deberíamos tener una placa conmemorativa.

Y hubo Carnaval.

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