domingo, 16 de enero de 2011

Y la cuarta: la casa ENORME

Fue un fastidio tener que mudarse del centro, joder, justo cuando yo empezaba a querer salir con amigas, pero no contaron con mi opinión. Nos mudamos a la casa ENORME en un barrio de lo que llaman "semicentro", lo suficientemente alejado de los lugares de marcha como para joderme buena parte de la adolescencia. Yo quería salir, estar en la calle y en los bares hasta tarde, experimentar las locuras de la noche ... esas cosas que cobran tanta importancia a los dieciseis, diecisiete ... pero la mudanza a la casa ENORME  me lo fastidió. Es que me da hasta verguenza ponerlo por escrito, la hora de llegada a casa, joder, era increíble.

Aún así el cambio no estuvo mal. Era una casa tan ENORME que gozar de intimidad resultaba escandalosamente sencillo. Podías esquivar a hermanas pesadas, a madres preguntonas, a padres enrabietados. Podías escribir poemas a cascoporro que nadie te iba a preguntar oye qué escribes. Podías estar leyendo cualquier chorrada, que daba tiempo a esconderla bajo los apuntes y montarte el paripé de estudiante sufrida. Podías encerrarte a llorar a mares por el AMOR que nadie se iba a fijar porque en aquella casa laberíntica todos siempre estaban muy entretenidos. Vivir en una casa laberíntica tiene la ventaja de que nunca aburre.

Pero a veces el cielo se caía literalmente sobre mi cabeza.

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