jueves, 13 de enero de 2011

Mi tercera casa: un piso en el centro.

Mi padre vendió el piso de las afueras y compró uno en el centro: fue un estupendo cambio. Nos mudamos al barrio más castizo y puntero de mi ciudad, el típico barrio de patios de vecinos y mujeres en la puerta al fresco, las tardes de verano. Y aquel piso, oh, que maravilla: era grande, tenía un pasillo extralargo, tenía dos cuartos de baño!!!!

Era un bloque de tres plantas y nosotros ocupamos el Primero B, desde la terraza -que era mucho más pequeña que la del piso de las afueras- ya no se veía el mar pero si toda la calle y, especialmente, la azotea de Tere, que era amiguísima de mi hermana y se hartaban de jugar cada tarde. Yo asistía a aquellos juegos y a veces me apuntaba, pero sin pasarme, que ya me iba haciendo mayor.

Fue un gran cambio en mi faceta socializadora: a veces me iba a jugar a la calle con otras niñas, incluso venían niñas a mi casa  y me lo pasaba bomba. Pero sin abusar, que yo tenía mis límites. Mi vecinita Mercedes me resultaba insoportable: durante una temporada le dio por meterse en mi casa a jugar!!!! Yo intentaba que no se me colara pero cuando lo hacía mi estrategia era matarla de aburrimiento. Me ponía a leer cuentos, ella imploraba jugar y yo ni caso, me suplicaba, me amenazaba y se indignaba, pero yo ni mu, lee que te lee, hasta que se largaba dando un portazo. A tomar por culo. Mi comportamiento era verdaderamente cruel -y además no me arrepiento-.

En aquel piso éramos seis, porque mi abuelo se vino a vivir con nosotros y porque nació mi hermana pequeña, el bebé más tranquilo y afable del mundo. Mi abuelo nos llevaba de paseo al parque hasta que sufrió una embolia y su carácter se agrió. Desde entonces verle luchar con el tenedor para comer, asistir a sus enfados,  se convirtió, para mi, en una tortura  y le evitaba siempre que podía (pero yo era una preadolescente egoísta y así me justifico. Aún lo lamento). Mi hermanita ... mi hermanita se convirtió en  nuestro tesoro y era como la falsa monea: iba siempre de mano en mano porque todos competíamos por tenerla en brazos y hacerle monerías.

La primera vez que me masturbé fue en aquel piso, cuando descubrí un Lib bajo el sillón del cuarto de mis padres. Me encantaba husmear cuando mis padres no estaban y por culpa de eso descubrí "el gran secreto" sobre los Reyes Magos -¿qué coño hacían esos regalos en el armario de mi madre????-. Me hacía mayor y tenía mis primeros sueños húmedos, con un compañero de la academia de inglés, un compañero dos años mayor y especialmente masculino. Me hacía mayor y cuando regresaba del cole, que estaba sólo a cinco minutos, me quedaba hablando de amores en el portal con mi amiga del alma hasta que mi madre me llamaba a comer.

Y mi hermana - que ya era mi hermana mediana- volvió a romper el corazón de los vecinitos. A Joaquinito le dio calabazas, pero se hizo novia de Carlitos y jugaban a  las peleas y a tirarse a lo bestia sobre el sofá. Yo, la verdad, es que en esos momentos la envidiaba.

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