domingo, 19 de abril de 2009

El patio de mi casa

Esta noche he soñado con la casa donde me crié, la casa de mi abuela. Suelo tener sueños con casas y a menudo, con esa casa tan preciosa. Aunque ahora ya no es tan linda, está abandonada y llena de trastos. No quiero escribir sobre ello.

Me crié en ella hasta los siete años, en la planta de arriba: cocina, cuarto de baño, cuarto de mis padres con la cuna de mi hermana y salón con mi mueble-cama. Abajo vivían mis abuelos y por las mañanas bajaba a desayunar con ellos. Me pasaba el día entero en la parte de abajo, rondando a mi abuela en la cocina, jugando en el patio, observando la destreza de mi abuelo, que siempre estaba haciendo cosas. Con siete años deje de vivir allí, pero siempre volvía los sábados y domingos.

Yo era una niña mimada, mis titas me llevaban de paseo, mi abuelo me compraba Mortadelos, mi abuela me estrujaba. El patio de mi casa era mi reino. Estaba lleno de rosales, de geranios, había un ciruelo, un ficus enorme, un manzano flacucho, un jazmín y una dama de noche. Había un pozo en el centro y mi abuelo sacaba a veces agua de él. Olía a cieno, mirar hacia abajo era invadir un mundo lleno de ecos y oscuridad. Siempre estaba tapado.

Como yo era muy torpona, siempre me caia en el patio. El suelo era de cemento y al caer te desollabas las piernas de mala manera. Además, insisto en lo de torpona, yo no sabía poner las manos al caer y siempre, siempre, me partía el labio. Puñetera y asquerosa sensación: tropezón, rodillas desolladas, labio terriblemente dolorido y tumefacto.

El patio era mi reino. He jugado a miles de juegos; he peleado con otras niñas; he leído cuentos, novelas; he pintorrequeado en infinidad de folios; le he contado cuentos a los primos; hemos celebrado cumpleaños, hemos fisgoneado -mi abuela y yo- a la gente desde la cancela; me he mojado bajo la lluvia; he regado y he podado los rosales; he aniquilado hormigas de mil maneras; he bailado ante un público entregado (padres, tíos, abuelos); he hecho fiestas con mis amigas; me he regado en verano, descalza y en bragas, con mis hermanas.

Siempre tuve la certeza del final del patio, de mi casa de la infancia. Se nos fue, sin embargo, poco a poco. No fue doloroso, se ha quedado en mi memoria como un tiempo lleno de luz y así la sueño a veces.

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