martes, 1 de febrero de 2011

Vuelta a Dune

Hay películas que no son tal, sino parte de la biografía. Películas que no sólo te hablan de metraje, actores y banda sonora. Películas que son la propia banda sonora, el propio metraje, que se confunden con olores, sensaciones tactiles, emociones. Por eso comencé el blog Camino a Dune. Pero creo que ya no tiene razón de ser: si en aquel lugar hablaba de películas que forman parte de mi y aquí hablo de casi lo mismo, ¿por qué no unirlo?

¿Por qué comencé con Dune? He utilizado ese apelativo como nick, va incluido en mi dirección de mail. Precisamente Dune por ninguna razón extraordinaria. ¿Cuántas veces la habré visto? ¿Cinco? No es la mejor película de ciencia ficción que conozca pero tampoco pretendo hacer crítica cinéfila.

Dune no es nada, casi nada. Un autobús de vuelta de Madrid con el frío incrustado en la piel. Diciembre. Un autobús lleno de gente que fuma, un autobús que rezuma colegueo y yo sin saber qué carajo pinto allí, que no soy colega de nadie. Dune en la pantalla. Gusanos de las arenas. Yo viéndolos a duras penas porque el sonido es nefasto y a veces la pantalla me la tapa un tipo o una tipa de melena rizada.

Probablemente es un símbolo del refugio. Dos horas sin pensar cómo transcurren, sin pensar en lo sola que me siento, sin automaltratarme pensando qué carajo pinto yo allí.

No hay comentarios: