lunes, 25 de enero de 2010

Cuando yo tenía despacho


DORA MAAR, Sin título, 1934.

Dos compañeras, en dos ocasiones diferentes, me han comentado que soy más simpática de lo que parecía. Mi padre decía, cuando yo era pequeña, que estudiara para fiscal, una gracieta suya. Mis hermanas, otras graciosas, me llamaban señorita Rotenmeyer. En fin, que soy seria y a veces tengo pinta de borde.

Esas dos compañeras (una es más borde que yo, la otra es un encanto), me decían, no hace mucho, que desde que no tengo aquel cargo, estoy más simpática. La compañera encantadora dice que me ha descubierto, que pensaba que yo era una agria. La compañera más borde que yo dijo que ya se me había quitado la cara de antipatía y que menos mal que ya sonrío.

La culpa la tenía el despacho. Cuando yo tenía despacho me refugiaba en él como un pajarito. En realidad yo temía a los leones de la sala común y el despacho, su PC, sus papeles, su teléfono privado... eran un nido acogedor. A veces iba a por café a la sala común y me tomaba una tostada de pie, sin entrar en conversación. Pero por lo general, me llevaba el café al despacho, a tomármelo en compungida soledad. Ah, la soledad del poder.

En realidad me gustaba aquel trabajo que yo desarrollaba en el despacho, era enriquecedor, cada día no sabía qué podía pasar -la mayor parte de las veces pasaban cuasidesastres- y tenía su puntito de emoción. Pero me ponía la cara agria, me metía más en mi concha de lo que suelo estar - yo suelo pasear metida en una concha y saco la cabeza en momentos de euforia-. Los primeros días eché de menos mi trabajo despachil pero ya no. Ahora tomo café y tostadas en la sala común y hasta participo de la conversación general. Soy simpática!!!

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