jueves, 28 de enero de 2010

Comes the sun

Me estaban saliendo escamas. Desde el patio se oían los goterones, glup, glup, glup, sonaba a cosa del pantano, me imaginaba, oyendo esos goterones, mi patio lleno de verdín y un monstruo lovecraftiano tan ricamente tumbado. Y esa ropa interminablemente húmeda. Ayer tuve que ir y venir por la tarde y acabé muertecita de asco, ag, el flequillo se me riza con esta humedad.

Esta mañana me sentía miserablemente gris camino del trabajo. Ya no llovía pero estaba oscuro; cuando una se siente injustificadamente gris el camino se hace tedioso y mira que me gusta caminar. Pero qué gris más inoportuno. La culpa es de tanta lluvia. O no, pobretica lluvia con lo buena que es pa el campo. La culpa es del cielo gris y sin sol.

Pero a eso del mediodía, zas, entraba el sol por el patio. Una recachita, porque mi patio es tela de triste en invierno. Según avanzan los meses ya el patio va robando recachitas de sol y empieza a dorar la esquina de los pimientos chiles para ir invadiendo la pared del jazmín y el luiso, la planta de perejil, la -ay que poco tiempo- invasión de ortigas, hasta que un día lo inunda todo y puedo tender ropa y que a la tarde ya esté seca.

Glup, glup, odio ese ruido gorgoteante. Esta mañana-noche aún sentía escamas en mi piel. Y la ciática, coño, qué miserablemente ruin.

Otro día, apunto, escribiré sobre mi arrogancia intelectual. Cuando sea un poso con olor a café.

(Pronto me leerás, E., mi Amor.)

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