lunes, 20 de septiembre de 2010

La ciudad por detrás


Sólo viajando en tren se puede ver la ciudad por detrás. Los patios, huertos, cancelas, la ropa tendida, cuatro cabras canijas, chumberas que hacen el papel de cercado. La ciudad por detrás tiene un aire de abandono falso porque está llena de vida trasera y escondida. Hay gallinas, caminos de tierra por donde circula una única moto. Sorprendes a la gente en el patio de atrás, la gente que se sorprende del paso del tren.

Yo no veo el cutrerío. Estoy segura que el cutrerío de la imagen está ahí. El cutrerío de mi ciudad entera, aún más en la perspectiva de atrás. Pero yo no lo suelo ver. Quizás sea un problema de mi mente naif y semi-infantil.

Me encuentro a la gente y nos zampamos los dos besos, esos dos besos a los que suelo ser alérgica y que doy porque es una convención social. Tras los besos suelo soltar un catálogo absurdo de pamplinas. Creo que me ofusco. Quiero ser cortés, educada y simpática y se me trabuca la lengua y sólo acierto a decir lugares comunes y además, mal hilvanados. Qué absurdos son esos saludos, los de un instante, dos besos, tres pamplinas y adios, me alegra haberte visto. A mi no se me dan bien. Estos días he dado unos cuantos y cada vez más surrealistas, mis salidas.

Quizás por eso me entusiasman las ciudades por la parte de atrás, secretas, vitales y tan rutinarias, tan desapercibidas.

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