lunes, 7 de septiembre de 2009

Relecturas

Mientras espero que me venga el nuevo libro que pedí a Círculo de Lectores, estoy releyendo El buda de los suburbios (no consigo acabar Tentación, de Janos Szekely, porque es triste a morir. Ni consigo empezar Kafka en la orilla, porque lo que he leído y ojeado me suena a truño metafísico y gafapasta y mejor no digo lo que pienso del tema).

Así que he vuelto a El buda de los suburbios, que es divertida y no pedante, cosa que agradezco mucho en el momento de leer. Y tiene su carga profunda, vaya que sí, pero la encuentras bien mezclada con otros ingredientes inteligentes. Una delicia.

Igual que delicia es releer. El primer libro que manoseé literalmente, de pasar y repasar sus páginas, fue Lo que el viento se llevó. Muchísimo antes de ver la película. Me llevaba el libro a todas partes, al campo, a casa de mi abuela y leía mientras comía (manchas de grasa, de tomate y porquería variada). Lo leía en la cama antes de dormir, lo leía en el desayuno, lo escondía debajo de los apuntes de clase. Un tochazo asi de grande pero qué maravilloso.

Y es que el placer de tener entre manos un tocho así de grande que promete aventuras, amor, pasión es casi orgásmico. Cuando tuve El Señor de los Anillos en mi poder, en una edición de Círculo de un solo tomo, con miles de páginas... aquello era tocar el cielo con las dos manos. Y además, sin saber lo que iba a pasar porque casi nadie lo había leído entonces.

Tochos, babeo por los tochos, pero sólo novelas. No me den a mi ensayos aburridos, que ya tuve bastante en el tiempo en que eran procedentes. Sólo ficción y con anatema ejemplar a toda ficción con espasmos metafísicos, a toda ficción con ínfulas pedantesco-intelectuales y a todo lo que sea imposible leer y sólo hayan entendido unos cuantos elegidos para la gloria.

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